COLECCIONISTAS DE MUSEOS
Y digo yo ¿merece la pena
recorrer miles de kilómetros, continentes en según que caso, empeñar hasta los
dientes en la aventura y aguantar interminables colas para colocarse delante
del objetivo y poder atisbarlo a 7
m . de distancia, esquivando cabezas y eludiendo los
empujones del que viene detrás y reclama su instante de avistamiento? ¿Es una
genial idea sacar foto a todo lo que se menea, y a lo que no, contando con la
obligatoriedad de tener en nuestra colección de fotos una mala instantánea del
objeto deseado? Estoy absolutamente convencida de que hemos perdido el norte. ¿De
verdad que todo turista que recala en Paris está absolutamente rendido a la
magia de la Gioconda de Da Vinci, por poner un ejemplo, y por ello, dispuesto a
iniciar una batalla para llegar a primera línea y captar un fugaz instante de
la obra codiciada? No me lo puedo creer.
La dirección de los grandes
museos se devana los sesos para solucionar el problema que supone la masificación
(Museo del Louvre con 9,3 millones de visitas; Museo Británico con 6,7
millones; Museos Vaticanos con 5,4 millones). ¿Qué podemos hacer si medio mundo
está interesado en culturizarse a marchas forzadas? En algo habrá que pensar.
Cuotas restringidas, venta de entradas por hora, horas sin fotos o selfies… El
aforo de los grandes museos no ha aumentado en relación al interés del personal.
Es necesario hacer algo. Es
contraproducente que nada más traspasar las puertas de uno de estos santuarios
del arte te entren ganas de llorar al no ver mas que riadas humanas que se
encaminan diligentemente hacia las “obras claves”, arrasando con todo a su paso
o a un buen número de individualidades, que como pollos sin cabeza, deambulan
por las salas, (les han asegurado que esa visita era ineludible) Pero claro,
habrá que cuadrar el círculo, puesto que los museos siguen teniendo que pensar
en las finanzas y, en muchos casos, el
miedo es grande a que medidas correctoras para salvar al museo de no morir de
éxito, acaben con la gallina de los huevos de oro. ¡Difícil cuestión¡
Lo que de por sí es una buena
noticia, la afluencia del personal a determinados museos, me deja un poco
perpleja cuando se trata de observar la afluencia de otros museos de menor rango a los que no
va ni el gato. Es cierto que hay ejemplos de obras artísticas que ponen a
prueba nuestros conocimientos, facultades, sensibilidades y paciencias sin
llegar a conclusiones satisfactorias. Otros, en cambio, son de consenso,
¡maravillosos, fabulosos, imprescindibles¡ Bien, de acuerdo. No obstante, de lo
que si estoy convencida es de que estamos absolutamente idiotizados por el
adquirir, por encima del degustar. Poco importa si una obra nos sorprende, nos
arrebata, conmueve o defrauda. Lo que si es fundamental es estar allí y llevar a casa una foto hecha in situ, en la que
además, si sale parte de nuestra cabeza, el brazo del acompañante, o el codo
del vecino, mejor que mejor, el objetivo
está cumplido. Estamos nosotros y al fondo se ve la pintura desenfocada o la
escultura mutilada por el encuadre.
¡Perfecto¡ Hemos dado una vuelta de tuerca con los dichosos selfies. Es
fabuloso. De esta forma atestiguamos
nuestro paso por la pinacoteca de moda ¡yo estuve allí¡ y nos llevamos un
recuerdo que enseñar, una muesca más en la culata. Somos coleccionistas de
recuerdos artísticos que no nos dicen nada más que el hecho de haberlos visto.
¿Dónde queda el tiempo, algo más de 20 segundos que es lo que tarda el de atrás
en dar un leve empujoncito reclamando su turno, y el espacio, sin apretones y con
acceso fácil al codiciado cuadro, para
verlo de cerca y de lejos? Sin tiempo y espacio, y sin calma auditiva, tampoco como si de un
santuario se tratara, cómo vamos a hacer la digestión cultural pertinente.
Salimos como entramos. No, peor, más cansados y enfadados. Todos no, los caza
tesoros salen ufanos, con el móvil repleto de fotos que nunca verán la luz,
pero eso sí, están. Bueno, ya volveré
dentro de dos años, o tres, o cuatro… pensamos resignados algunos sin haber
podido saborear ni tan siquiera los entrantes.
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