Alimentarse
es una necesidad además de un placer. No descubro ningún secreto ni
soy nada original diciendo que la comida va más allá del propio
mantenimiento del corpachón en el que vivimos. Y esto viene de
largo.
El bueno de
Homero situó a Ulises, en su deambular por el Mediterráneo de su
regreso a Ítaca, en la isla de los lotófagos, los comedores de
loto. El loto conseguía anular la memoria de su comedores provocando
una amnesia permanente. No tengo muy claro si Homero le hizo pasar a
Ulises por dicho trago como castigo o como oportunidad de llegar al
paraíso terrenal. Un buen menú para la psiqué.
El
antropólogo Levi-Strauss, allá por los años sesenta, elaboró una
teoría cultural sobre la observación de aspectos sociales entre los
que destacaba lo crudo y lo cocido. El libro del mismo nombre incide
en las consecuencias generadas por este cambio en dieta diaria.
Los
canívales, alguno hay en activo todavía, comen carne humana no con
afanes culinarios, bueno alguno habrá que sí, sino con la absoluta
convicción de que con ese acto se están apropiando de los poderes
de aquel al que despachaban. Comida con digestión espiritual.
Otra gama de
artículos comestibles con implicaciones psicológicas seguras son
los afrodisíacos. Bien, pausa aclaratoria. Los expertos aseguran que
hay alimentos muy concretos que estimulan la testosterona, la
oxitocina y la dopamina, homonas éstas que ponen a cien nuestros
afanes amatorios. Pero no nos engañemos, cada vez que se invocan
estos poderes, el personal se ve comiendo caviar de beluga, fresas
fuera de temporada con champán muy francés que uno no se puede
permitir. Es decir, una situación muy glamurosa, con platos bien
surtidos, y ya entonces, a superar el reto con la cotidiana pareja.
Es decir, otra cuadrilla de alimentos que pasan en gran medida por el
cerebro antes de llegar al estómago.
Lo que no
hubiera imaginado es la práctica de The Explorers Club de
Nueva Yok en sus ágapes, en 1951 sirvieron una cena que incluía
mamut. Todo una aventura gastronómica que ha hecho costumbre y por
ello el reputado club tiene a gala servir menús originales. Bien,
pues nada de nada. Un equipo investigador de Yale ha concluido que no
fue mamut lo que se comió, sino tortuga. Todo un fiasco. Un engaño
sin paliativos. Y digo yo ¿de verdad tiene poderes especiales una
comida especial? ¿El evento cambia y se modifica su sentido si es la
humilde tortuga la que reconforta a los comensales y no el mamut?
Y seguimos
en la misma senda. El cerebro comiendo a raudales y la imaginación
haciendo la digestión que alimenta. Si no comiéramos con la
imaginación quién sería capaz de diseñar y elaborar menús como,
por ejemplo, los que inundan la nueva cocina. Una autentica
rendición sensitiva que comienza con la seducción de la
imaginación. Cómo no dejarse llevar por la kilométrica sonoridad
de sus platos y la fantasía de sus combinaciones: "palitos de
hibiscus y cacahuete", "raíz de loto con mousse de
arraitxiki", "bocaditos de mar con traje de huerta y cama
de azafrán" .... Alimentarme, lo que se dice alimentarme, con
simplicidad y rapidez; para comer, que venga todo tipo de propuesta,
mi imaginación está dispuesta.
Lacena en la que nunca se sirvió carne de mamut
Arcimboldo |
No hay comentarios:
Publicar un comentario