ESPERA UN POCO
QUE ME LO PIENSO
Si nos dejamos llevar por ley del
mínimo esfuerzo, el pararse a pensar puede llegar a ser un fastidio, no tenemos
tiempo, da pereza… pero no hay otro remedio.
Ejercitar ese órgano que dicen de color gris y que se aloja en la cabeza, cada
día que pasa es más importante.
La dirección evolutiva que nos
descubrió Darwin nos lleva a desarrollar un hombre-mujer físicamente justito/a
y cerebralmente sobredimensionado/a. Y es que subidos a lomos de la tecnología
no hay quien nos pare. El hombre sabio, enciclopédico, renacentista, a la
manera de Da Vinci, se quedó allá, en el siglo XVI y alrededores. Tranquilo
todo el mundo, no importa. En todas las
épocas nacen y se hacen personas que no paran en toda su vida de establecer relaciones
neuronales, y que a base de hacer uso de ellas, obtienen un producto del cual
nos beneficiamos los demás. Con ese esfuerzo y con la ayuda de la inteligencia
artificial, estamos alcanzado velocidades de crucero en nuestros conocimientos
difícilmente imaginables hace unos pocos años.
Pero no nos engañemos. Gran parte
de lo conseguido con la catapulta informática, para una abrumadora mayoría, no
desarrolla saberes excesivamente profundos en cada uno de nosotros, casi todo es más bien a nivel usuario,
intuitivo, instintivo… Así pues, un mundo de posibilidades a nuestro alcance si
tenemos ojos para ver, dedos para enredar e intuición para acertar. Ya, bien.
Con todo y con ello, no se me va de la boca el regusto agridulce que me provoca
el saber que unos pocos piensan mucho y los demás lo hacemos menos. ¡Oye, qué
descanso! Y me ratifico en la impresión cuando veo que caminamos en esa
dirección, al comprobar por ejemplo, que se baraja la posibilidad de eliminar la enseñanza de la filosofía de
nuestro bachiller, materia fundamental para aprender a pensar y a seguir
aprendiendo.
Esta idea en la que parece que el
esfuerzo que supone pensar y crear criterio propio está algo sobrevalorado,
mientras que lo que verdaderamente está la mar de bien visto es tener sobre el
saber, o incluso el ser, me viene de cuando en cuando con un movimiento
cíclico. El último recordatorio lo he tenido al leer la penúltima buena idea de
Zuckerberg, el creador de Facebook: “A year of books” (Un año de libros) Consciente
y concienciado de la importancia de la lectura, Zuckerberg va a apadrinar,
crear, inaugurar… un club de lectura. Bien. Guiado por el afán de difundir
buenos hábitos y mejores conductas, va a difundir entre sus miles de seguidores
los beneficios de leer un libro al menos cada 15 días, proponiendo un título.
Imagino que hay un buen número de autores cruzándose los dedos, hasta los de
los pies, para estar entre los elegidos, el resultado ha sido más que notable
para Moisés Naím y su “El fin del poder”
que ha conseguido pasar del número 203 al 19 de los best sellers (Amazon),
después de la primera recomendación de Zuckerberg.
Pues bien, difusión cultural a
tope. Y a continuación, esa neurona
trapecista que tengo y que salta de una cosa a otra, me ha llevado a recordar una
noticia aparecida a mediados del año pasado. La noticia reflejaba un
estudio hecho por Facebook en el que manipulaba el estado emocional de las
personas valiéndose de mensajes positivos o negativos.
De esta manera, pequeñas dosis de
optimismo nos hacen estar más positivos y las noticias negativas nos hunden el
ánimo. Nada nuevo bajo el sol, dirán los psicólogos. Por otra parte, que
críticos y aficionados recomienden o compartan libros o contenidos culturales
tampoco es nada extraño. No obstante, cuando desde un medio de masas con miles
de seguidores parecen jugar a influir en los estados de ánimo de sus seguidores
( a modo de prueba, experimentando, jugando), o en lo que leer, puede que
debamos pararnos a pensar. Ha llegado el momento. Nos apetezca o no, será
conveniente no digerir sin cuestionar todo tipo de productos apadrinados por
gurús mediáticos, y mucho más sano beber de distintas fuentes. Luego pararse a
pensar mientras hacemos una digestión intelectual altamente enriquecedora, y
llegar a acertar o no por propio convencimiento. ¡Qué esfuerzo!
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