AMBIENTACIONES
Adelaide Labille-Guiard |
“Miren ustedes esas pirámides capilares
enyesadas con pomada, tenacillas calientes y vanidad… ¡A quien se diga que en
París un peluquero gana más que un artesano, y que alguno se jacta de conocer
ciento cincuenta formas de torcer los rizos de una dama o un caballero…¡ ¿Y qué
me dicen de la ropa? ¿De esas prendas con faldones judaicos, llamadas levitas,
que se están poniendo de moda? ¿De esa manía de que todo, chalecos, casacas o
calzones, lleve rayas, porque la cebra del gabinete real se ha vuelto
inspiración de los sastres elegantes?....
El
París de fines del siglo XVIII era una modernidad que hacía palidecer al resto
de Europa. Sus ideas políticas estaban a la vanguardia y solo les faltaba
ponerse en práctica, y eso iba a pasar rapidito; y el arte de la corte, ese
rococó gracioso y asfixiante, daba sus últimos gritos antes de perecer junto
con la sociedad que lo creó. Modernidad que llegó a poner de relieve a mujeres
pintoras como la que Reverte, Adélaïde Labille-Guiard, cita como asidua en los salones de la dama
Dancenis.
El
otro ámbito artístico es la corte del rey español Carlos III, que dejó a Madrid
muy requeteguapa, pues después de haber reinado en Nápoles y Sicilia de 1734 a
1759, cuando llegó a España en 1759 Madrid no le pareció capital digna del
imperio que todavía era España. Debido seguramente al tiempo que el rey había pasado
en Nápoles, se rodeó en España de artistas italianos como Tiépolo, Sabatini o
Mengs. A ellos se añadieron otros ya españoles como Maella, Paret y el
mismísimo Goya.
Tiépolo
Tiépolo
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