MANIPULACIÓN
DE PATRIMONIO POR
HOMBRES-MÁQUINA
(EN MODO“ON”)
Realmente
es un juego vano, puede que incluso desaconsejable, intentar conocer o siquiera adivinar, el uso que quiso un creador para sus obras. En algunos casos sabemos de sus intenciones o
deseos, pero no es lo más importante y con el transcurrir del tiempo y de los
acontecimientos ese deseo posible y primigenio adquiere una importancia
relativa.
Disfrutamos,
usamos, abusamos y manipulamos el patrimonio artístico y cultural al que tenemos
acceso, según apetencias o posibilidades de cada cual. La Historia está repleta
de ejemplos que dan fe de ello. El uso
y/o abuso del fenómeno cultural o de la obra artística es una práctica
habitual. De menos a más. Es fenómeno bien conocido el de ese inversor-coleccionista
podrido de dinero al que le han aconsejado la inversión en arte. Sin hacerse de
rogar en exceso, pone encima de la mesa una cifra mareante para llevarse a casa
una obra de arte que ni puede ni le importa apreciar. Y qué decir de los
grandes museos situados en las capitales más cultas del mundo, allí donde la
difusión y/o explotación de la obra artística llega a convertirse en iconos comerciales (aburridita de la Gioconda)
Y subiendo un peldaño, encontramos a los países que consiguen engrosar su PIB,
a través de la explotación de su patrimonio artístico. Aquí, posiblemente,
Egipto es el rey. Sus antepasados trabajaron mucho y bien.
Ideas
políticas y religiosas se han propagado a través de las obras artísticas, posibilitándolas
a la par que las fagotizaban. El que haya tenido la suerte de darse un garbeo
por el palacio y jardines de Versalles
ha recibido una clase acelerada de monarquía absoluta, puede que sin ser consciente
de ello. Magnificencia, poder sin contrapeso. Lo mismo se puede decir de la
Basílica del Vaticano, política y religión se confunden en un deseo de propagar
los valores católicos del poder espiritual y, de paso, terrenal. Y qué decir de la iconografía de los cuadros
de Zurbarán o de Murillo, por poner dos ejemplos. Pura beatitud.
El uso
y abuso económico, político, religioso del patrimonio cultural y artístico ha
existido desde muy antiguo y tiene
grandes posibilidades de futuro. No obstante, en las últimas semanas, estamos
asistiendo a otra forma de manipulación
de patrimonio: la destrucción. De entre
las más grandes burradas, con permiso de los burros, perpetradas en contra del
patrimonio histórico-artístico, el primer premio se lo llevan los hombre
máquina, modo “on”, que nutren las filas del Estado Islámico (EI) Si no fuera
por el resultado dramático de esta
práctica, podíamos calificar la ocurrencia de pueril. El EI entra en el juego
del adoctrinamiento político-religioso a través de la destrucción del
patrimonio ajeno a sus valores fundamentalistas y radicales islámicos. De esta manera, está perpetrando limpiezas
culturales destruyendo esculturas asirias y ciudades como Nimrud o Hatra.
No
es la primera vez que un grupo, convenientemente adoctrinado y fanatizado toma
esta vía, no hay más que pensar en la quema de libros y de pintura de artistas no del gusto nazi durante la segunda Guerra
Mundial , y el resultado siempre es el mismo: una destrucción inútil.
¿Quién
les ha dicho a estos individuos que pueden disponer a su antojo del patrimonio
de todos? Ah sí, la fuerza de las armas. ¿Quién les ha engañado haciéndoles
creer que se puede borrar el pasado si eliminan
las pruebas de su existencia? Sí, lo sé, un buen adoctrinamiento. Ocurre
cuando se deja de pensar por sí mismo. ¿Y
qué si la interpretación extrema de su
religión prohíbe la veneración de tumbas y representaciones escultóricas? Bien,
que no esculpan ni construyan ellos.
¿Cómo han llegado a la conclusión de que destruyendo el patrimonio
histórico-artístico de sus antepasados, anterior a la época islámica, van a
borrar diferentes formas de pensar, creer, expresarse, de vivir? Aquí no sé cuándo hemos perdido el paso
llegando a radicalismos tales. De todas
las manipulaciones del patrimonio que puedo imaginar, la practicada por el EI
que elige la destrucción como método es la peor. A través de la intransigencia
destructiva, lo único que va a conseguir
es un efecto rebote uniendo en su contra a todo aquel que tenga dos dedos de
frente y alguna neurona lúcida.
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