PROPENSIÓN A LO TRÁGICO
No
tiene esa intención y es lógico que así sea, pero veo esta foto y no puedo
dejar de apreciar cualidades artísticas,
si se me permite el atrevimiento de aunar preocupaciones artísticas y temas
sangrantes. Composición, color, luz, expresividad… Pero al tema, aspecto aquí
fundamental, tanto en Daniel Berehulak, el flamante ganador del Pulitzer 2015
de fotografía de reportaje, como en una abrumadora mayoría de ganadores de
otros años, siempre capta instantes intensos, elocuentes, impactantes,
dramáticos. Kappa decía que si la foto no es buena es porque no estás lo
suficientemente cerca, es decir, hay que estar allí y mirar como miran ellos. Hay que poseer un grandísimo olfato para
captar ese instante que exprese y cuente el impacto que recibe el fotógrafo.
Cualquiera
de estas fotos es fabulosa y brinda la posibilidad de mirar por un ventanuco y
ver una realidad que deja el estómago encogido. En la mayoría de los casos,
aparece un mundo convulso, crispado, violento, problemático. Claro, pienso
inmediatamente, son premios a un
reportaje fotográfico, poseen un componente periodístico, informativo,
documental más que evidente y ¡el mundo está tan puñetero!
Lo
está. Lo ha estado y seguramente lo seguirá estando, pero no puedo alejar de la
cabeza la idea de que la tragedia nos llega de forma directa, impactante y vende
más. Mayoritariamente el drama, la catástrofe y el sufrimiento, tanto en
versión escrita como gráfica, es muy noticiable. Bueno, siempre hay huequecitos
para las buenas nuevas, pero o son pocas o no nos las cuentan pensando que no
nos interesan. Me niego a creer que por
el mundo no suceden acontecimientos felices, de esos que pintan una sonrisa en
la cara. No. Me inclino más bien a creer
que tenemos una tara de serie, una propensión enfermiza a interesarnos especialmente por lo
dramático. Primero quedamos impactados ante la desgracia, luego nos
solidarizamos (incluso puede que lleguemos a algún acto práctico) para luego
respirar aliviados y olvidar el asunto.
Somos
seres adictos al sentimiento con tintes melodramáticos, como poco, a
experimentar el fogonazo de una emoción fuerte. Nuestra parte emocional siempre
quiere más y la vida cotidiana nos proporciona seguridad y tedio a partes
iguales y poco más. Así que ¿por qué no sentir en la piel de los demás?
Sentimiento de segunda mano, de saldo, pero muy cómodo, sin riesgos, aunque emoción al
fin y al cabo. Nuestra parte más animal, aquella que siente sin reservas, que
quiere más y más emoción, que se seca si no recibe la savia de una agitación
emocional, proclama sin palabras nuestra adicción al arrobamiento, al
escalofrío turbador, al gesto conmovedor, a la sacudida vibrante, y más todavía
si el impacto es trágico. Como
si de un chicle de fresa ácida se tratara, masticamos sacando toda la
intensidad, exprimiendo el último regusto, dando satisfacción a nuestras
papilas gustativas, sabedores de que el momento es breve. Y bueno, mañana
vibraremos con una dosis más de fresa salvaje, hierbabuena selvática o menta
azul ¿azul? Si claro que el estremecimiento también puede ser imaginativo.
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