SEÑAS DE
IDENTIDAD
Juega usted con
ventaja Sr. Reverte, la historia es muy buena. Aventuras, historia y libros. Ni
que decir tiene que hay que saber ver una buena historia donde está y luego
recrearla y contarla, pero ahí, señor mío, su talento está firme y en
perfecto estado de revista.
Paseando por la
biblioteca de la Real Academia Española, su mirada queda atrapada en los
28 volúmenes que forman la Encyclopédie
francesa de D´Alambert y Diderot, y al saber que llegó allí en fechas en las que
estaba prohibida en España, todas las luces rojas se encienden ¿Desde cuándo
está aquí? ¿Quién la trajo? ¿En qué año del S. XVIII si fue época de
prohibiciones para semejantes menesteres? ¿Qué riesgo asumieron los dos
académicos encargados de viajar a Paris para traerla? Atrapado sin remisión,
como los demás. Y es que cuando usted
vagabundea por la historia moderna española, y habiendo libros de por medio, el
listón siempre está muy alto.
En una única
entrega nos ha regalado dos historias, la que ha querido contar y otra, el
“making off” de la misma. Esta segunda, en la que nos enseña los andamiajes,
las entretelas de la historia, ha sido una grata sorpresa. Nos habla de su
flechazo con la historia; sus entrevistas con colegas académicos, historiadores
y libreros en busca de fuentes y datos; esas excusas que se prepara, con una
libreta en la mano, guías y mapas actuales o de la época, y se va Ud. a patear
escenarios, a recoger vibraciones (me apunto) Todo el trabajo apasionante de la
investigación y cómo lo que se encuentra uno seduce o modifica el argumento
previo obligando a torcer y acomodar la historia.
Qué bien se las
ingenia Sr. Arturo para recrear la época, aquí siempre brilla con luz propia.
Las descripciones de los lugares, de las costumbres, de los ropajes, todo
destila un trabajo de documentación riguroso al que le da vida su buen hacer. El habla de la época suena tan
natural que apostaría a que llevaría Ud.
una conversación “a la manera del XVIII” con toda
naturalidad incluso a la hora de hacer
las compras en el hiper (algo así como lo que le pasó a un antiguo conocido que
después de haberse empapado hasta el tuétano del griego clásico, pidió un
desayuno una mañana en una terraza de Atenas, y el camarero, muy socarrón él,
llevó la comanda adentro diciendo “un café con leche para Sócrates”) La palabra
tiene el sabor al XVIII y contrasta agradablemente cuando es Ud. el que narra
el cómo ha construido la historia en el castellano suyo y mío, el de ahora.
Se crea un juego
muy bonito entre realidad y ficción en relación a los personajes y buena parte
de sus hechos. Los personajes fundamentales son reales pero cuando la documentación
histórica deja vacios, o Ud. se aviene a ello, entra en juego la literatura.
Imaginar detalles sobre los protas, conductas, pensamientos, encuentros en
Paris (en el café con Franklin y D´Alambert), introduciendo personajes
contemporáneos con Chordelos de Laclos (escritor de Las Relaciones Peligrosas) o la recreación de los Salones como el
de Margarita Dancenis ¡estupendo!
“Era indispensable tener talento,
elegancia, conocer anécdotas de la corte, hablar lo mismo de filosofía o física
que de las mil cosas menores, ligeras y picantes que componían la conversación
cultivada de la época…Ese arte, aliñado con ingenio, era esencial muy característico
del espíritu de libertad que se respiraba en aquel tiempo donde se hablaba de
democracia en los bailes, de filosofía en los teatros y de literatura en los
tocadores… Cuando era más apreciado un elogio de Buffon o Diderot que el favor
de un príncipe”
Las ideas
ilustradas recorren todo el libro. Aparecen en un segundo plano que lo inunda todo. Hacer un homenaje a los
académicos que viajan a Paris, a su amistad y a las ideas que representan,
incluso diferentes. Contraste entre las ideas ilustradas que pronto triunfaran
en la Revolución Francesa y que defiende el Almirante Zárate, frente a la
España atrasada, que comienza a abrir los ojos y oídos, y que de alguna manera
habla por boca del bibliotecario Hermógenes. Y por la herida respira usted, Sr.
Reverte, siempre dispuesto a enfocar la mira en la cantidad de oportunidades
perdidas que hemos tenido los españoles, como pueblo, para subirnos al carro de
la modernidad (yo le he oído que una de las primeras oportunidades fue el
Concilio de Trento, nos equivocamos de bando) Que sí, que tiene usted mucha
razón, pero hay veces que escuchar sus apasionados razonamientos sobre lo que
ya no tiene remedio, me dejan
desconsolada. Habrá que mirar un poquitín más hacia delante y digerir el sapo
histórico antes de que se nos atragante y nos amargue la digestión de por vida.
¡Ah! Y todo esto
con su buen estilo habitual: sus frases finales breves (“Circula de mano en mano –detalle del director- una cajita con polvo
de tabaco y escudo de marqués en la tapa. Atchís. Salud. Gracias. Más
estornudos y pañuelos.”), los rumbosos insultos (“…mediocres juntaletras y
eruditos de mesa camilla,…”, las descripciones que deleitan y ambientan (“Observa detenidamente don Pedro al joven
oficial, fijándose en las botas de buen cuero español, el pañuelo de seda
morada sobre el cuello de la camisa, el calzón de ante y ajustador de lo mismo,
ceñido al torso bajo la casaca con su docena de botones de plata. Nada que ver,
concluye, con los petimetres de estribo de dama, lunar en la cara y pelo
empolvado en rizos de ala de pichón que infestan tertulias y lunetas de teatro;
ni tampoco con los que practican la artificial majeza de juntarse, en plan
desgarro, oiga compadre y redecilla al pelo, con gentuza baja en ventas de
gitanos, tabernas de toreros y bailes de candil”), la precisión, la concisión, la riqueza de
vocabulario, la gracia, todo lo bueno a lo que nos tiene habituados (“Conozco la vieja música, señor mío. La de
usted y los de su cuerda, carcamales que gastan peluca hasta las cejas, uñas
largas y camisa cada quince días. No siga por ese camino”)
Todo buen amante
de los libros está infectado de una enfermedad en la que no se puede separar geografía y literatura.
Es un virus que relaciona textos y lugares en los que se hizo literatura o fue
el motivo de ésta. Una infección peligrosa en la que pienso caer rapidito.
“Detuve el coche en una venta,
para tomar café mientras escampaba un poco, y permanecí sentado bajo el porche,
consultando el mapa y las notas de mi cuaderno mientras consideraba que hay un
ejercicio fascinante, a medio camino entre la literatura y la vida: visitar
lugares leídos en libros y proyectar en ellos, enriqueciéndolos con esa memoria
lectora, las historias reales o imaginadas, los personajes auténticos o de
ficción que en otro tiempo los poblaron. Ciudades, hoteles, paisajes, adquieren
un carácter singular cuando alguien se acerca a ellos con lecturas previas en
la cabeza.”
La última cita,
toda una declaración de intenciones y de amor a los libros y las bibliotecas
que los contienen. Los académicos mantienen este diálogo en Paris, en casa de
Dancenis:
“-Una biblioteca no es algo por leer, sino un
compañía –dijo, tras dar unos pasos más- Un remedio y un consuelo. (Dancenis)
-En mi opinión, incluso más que
eso… Cuando algunos sentimos la tentación de despreciar demasiado a nuestros
semejantes, nos basta para reconciliarnos con ellos contemplar una biblioteca
como ésta, llena de monumentos elevados por la grandeza del hombre” (Almirante Zarate)