Libro
GANAS DE MÁS
GANAS DE MÁS
“A
decir verdad, no sabemos lo que incita al hombre a recorrer el mundo.
¿Curiosidad? ¿Anhelo irrefrenable de aventura? ¿Necesidad de ir de asombro en
asombro? Tal vez: la persona que deja de asombrarse está vacía por dentro;
tiene el corazón quemado.”
Sí señor. Un
porque sí. Un observador con espíritu libre. Sin sujeción a normas sobre qué
decir ni cómo decirlo. Ryszard Kapuscinski
deja que sus recuerdos y experiencias le lleven de un lugar a otro y de
una época a otra. En ese azaroso vagabundeo, Heródoto aparece como fiel
compañero y guía, pero no del recorrido que pisa, sino como enlace entre el pasado y el presente, entre
situaciones con nexos en común con el mundo actual y el antiguo, y como a la hora de explicarse el mundo. De esta
manera, el libro se convierte en una rareza maravillosa e inclasificable.
Grandes dosis de literatura de viajes, generosas cantidades de memorias,
reflexiones hechas con la mirada de un periodista que se interroga
continuamente, episodios de literatura antigua… el resultado, especial y
suculento.
En numerosas
ocasiones, Kapuscinski te lleva de la mano por lugares que ha visitado y
entonces aparece el periodista ansioso por saber y conocer. En otras, es el
escritor que cuenta fragmentos de su vida que vuelven a su mente en
determinados lugares (hablando de los indios “Por más bordados y entorchados que exhiban, por más brocados y cachemiras
con que se adornen, nada cubre sus pies. Enseguida me di cuenta de este detalle
pues estoy un poco tocado de la cabeza con el tema del calzado. Mi chifladura
se remonta a los tiempos de la guerra, a los años de la ocupación alemana.
Recuerdo el otoño de 1942: no tardaría en llegar el invierno y yo no tenía
zapatos…”)
En otras tantas,
las reflexiones en voz alta parecen surgir mientras Kapuscinski, sentado en una
terracita de cualquier lugar del mundo toma un café, y al levantar la vista su
pensamiento vuela de la anécdota de la que es testigo, a la categoría (sobre
los distintos alfabetos hindúes, chino… “Y,
hablando en términos mucho más generales, ¿de dónde ha salido toda esa
alfabético-lingüística torre de Babel? ¿Cómo nace un alfabeto? Tiempo ha, en
sus mismísimos comienzos, debió de haber partido de algún signo. Alguien dibujó
un signo para recordar algo…”
Y, por supuesto,
están los episodios de Heródoto. Su presentación de los relatos del griego, con
una forma ágil y próxima, te hace pensar en momentos que pudieron suceder
anteayer y te acerca, a través de él, a nuestros orígenes “Heródoto es hijo de su cultura y de ese clima de buen talante hacia la
gente en que ésta se ha forjado. Es una cultura de largas y hospitalarias
mesas, a las cuales, en tardes y noches cálidas, se sientan muchas personas
juntas para comer queso y aceitunas, tomar vino fresco y hablar. Ese espacio
abierto, sin paredes que lo limiten, en la orilla del mar o en falda de una
montaña, es precisamente lo que libera la imaginación humana”.
Había leído a
Heródoto hace bastante tiempo y de esas
lecturas me había hecho una idea positiva del personaje, pero nunca lo
había mirado con los ojos con que lo enfoca Kapuscinski. El profesor que me
sugirió su lectura por primera vez, levitaba hablando de Heródoto. Citaba al
griego como el hombre curioso y dispuesto que sin darse cuenta había inaugurado
la historia como disciplina. Quería dejar por escrito lo que había hecho el
hombre y no debía caer en el olvido. Más que como el primer historiador, yo
veía al bueno de Heródoto como un viejecito encantador, muy curioso y pelín
chismoso. Siempre estaba dispuesto a anotar todo lo que le decían, lo creíble y
lo no creíble, avisándo de ello. En cambio Kapuscinski encuentra en Heródoto al
primer periodista. Inaugura el trabajo de informar de lo que ha pasado y pasa
allí por donde viajaba. Heródoto preguntaba y anotaba, en muchas ocasiones
dejando constancia de sus dudas, para que se supiera lo que había sucedido.
Poco a poco voy cambiando mi opinión sobre Heródoto y veo a un personaje que
por, puro instinto, entendió la importancia de saber, contar y conservar. Le
otorguemos el honor de ser el primer
periodista o el primer historiador creo
que no tiene la menor importancia, pero sí que está en él la pasión por saber y
transmitir, común a las dos disciplinas. Además, por el camino, llegamos a la
conclusión de que las pasiones humanas no tienen edad ni lugar para
manifestarse. Han estado siempre con nosotros y ahí estarán mientras nos
llamemos humanos.
Para acabar por
todo lo alto: “Y Heródoto, con su
entusiasmo y apasionamiento de niño, parte en busca de esos mundos. Y descubre
algo fundamental: que son muchos y que cada uno es único. E importante. Y que
hay que conocerlos porque sus respectivas culturas no son sino espejos en los
que vemos reflejada la nuestra. Gracias a esos otros mundos nos comprendemos
mejor a nosotros mismos, puesto que no podemos definir nuestra identidad hasta
que no la confrontamos con otras”