Me debato entre
la indignación y la diversión. Comencé, con el enfado cotidiano pero llevo
camino de acabar sonriendo y, además, agradeciendo la creatividad de los
profesionales de la política. Nos dan la posibilidad de elegir la emoción que
nos apetezca, cabreo o risa. Si el día está gris oscuro, entonces la penúltima
ocurrencia de nuestros dirigentes nos parecerá un insulto a nuestro intelecto,
no somos catedráticos pero tampoco imbéciles. Pero si el día tiene el color verde
esperanza, la sonrisa acudirá y acabaremos por agradecerles esa vena creativa
que les adorna y que contribuye a enriquecer nuestro vocabulario.
Este octubre el gobierno aprobó una reforma de la Ley de Enjuiciamiento
Criminal y entre los temas de calado, supongo, también
se aprobó el tema que me tiene en un sin vivir. De ahora en adelante, a todo
aquel al que el juez eche el ojo como sospechoso de haber cometido alguna
tropelía, le debemos calificar de investigado
y no de imputado. Es decir, estaremos
hablando de lo mismo que hasta ahora, pero de otra forma.
Tengo la
impresión de que este cambio no ha sido motivado únicamente por un deseo de
precisión lingüística sino de hacer más amigable a la palabra, más suave, más
disculpable. Claro, en los últimos tiempos tanto prócer, padre de la patria,
tanto honorable se ha ganado, por mérito propio, el calificativo de imputado que estamos
desbordados. Pero, ante la brusquedad del término, alguien ha debido pensar que
si llamamos investigado, al antiguo imputado, haremos mejor la digestión.
Decididamente
sonrío, y es que este camino ha sido tantas veces transitado que no queda otra
que hacerlo. Algunos de estos enjuagues lingüísticos han sido deliciosos.
Cuando se interviene en un guerra, al lugar donde los contendientes se juntan
para matarse sin compasión ya no se le llama campo de batalla sino teatro de operaciones, y si se trata de
matar a degüello, sin mirar cuánto ni a quién, se habla de daños colaterales. Precioso.
En cuanto una
empresa está en la puñetera ruina y no tiene ni para pagar a sus trabajadores,
nos dicen que atraviesa un periodo de falta
de liquidez, y si estamos metidos en una crisis de la cual no se sabe
cuando tocaremos suelo, nos hablan de desaceleración.
Maravilloso.
Pero cuando nos
quieren tomar el pelo hasta la raíz, sin disimulos ni vergüenzas, para hablar
de una crisis sin paliativos, nos dicen
que atravesamos un período de crecimiento negativo. Estupendo. Éste es uno de mis preferidos
¿crecimiento negativo? Pero qué puñetas es eso. Me recuerda a otro atropello lingüístico cometido por un compañero de clase
de mis años de estudiante. Este ser creativo sin par, ante la más segura
certeza de tener que demostrar que no tenía ni idea de lo que le estaban
preguntando, enmascaró la contestación por ver si “colaba”. Puso la imaginación
en marcha y ante un diagrama geográfico de unos estratos horizontales comentó
que se observaba un buzamiento altamente
nulo. El profesor no pudo por menos que, sin identificarlo, comentar la
escapatoria creativa del alumno intentando no demostrar su absoluta ignorancia,
vamos un engaño ingenioso. ¿No es precioso? Un puro delirio. Engañar con
elegancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario