Si alguien
escribe algo en piedra es porque el mensaje es una máxima irrefutable o el
autor tiene un ego que no le cabe en el traje. ¡Qué afán con que lo escrito
perdure! Oigan, que no, que hay montones de cosas que están bien perdidas y
bien perdidas; que no todo es bueno ni merecedor de recordarse; que hay mucho
digno de mejor destino que el de perdurar. El paso del tiempo es un filtro
aleatorio que permite la perdurabilidad o el extravío de joyitas y desvaríos a
partes iguales.
Desde la
Antigüedad se han elegido materiales duros (granito, mármol, caliza, incluso
cerámica) con toda la intención. Los textos normalmente son breves (siempre hay
excepciones como algunas parrafadas grabadas por los egipcios sobre granito) y
potentes, el propósito es evidente: al
grano y por siempre jamás.
Todo esto ocupa
a mi neurona después de leer una noticia que se hace eco de una publicación, Las inscripciones de la Catedral de León
(ss. IX-XX) de María Encarnación Martín López en la que recoge 400
inscripciones realizadas en los muros de dicha catedral. Desde la Edad Media un
buen grupo de individuos se han encargado de decorar un edificio único con sus
mensajes absolutamente imprescindibles. Lo que priman son los mensajes
ideológicos o con afán de catequizar.
Desde el punto de vista histórico la epigrafía tiene un valor incuestionable, y más si cabe sobre todo lo que nos cuenta de la naturaleza humana. Al fin y a la postre ¿de qué estamos hablando? De permanencia y transcendencia, seguro. Pero puede que hasta sea más interesante la intención del autor que el mensaje en sí mismo. Que el Cabildo catedralicio se empeñe en que sus conciudadanos, sus contemporáneos y los venideros in sécula seculórum sean partícipes de la generosidad empleada en el templo en cuestión, o que fulano de tal esté enterrado aquí y no allí, me deja un poco con la misma temperatura del material empleado en el aviso: fría. También hay inscripciones de más rango como edictos, proclamas o más íntimos como recuerdo de familia y allegados a los suyos cuando dejan este mundo. Pero hay muy poco de “te quiero Pepe” o “qué ratos más majos pasamos al arrimo de estos muros”. Lo sé, su valor histórico es nulo, pero nadie me negará que su lectura despierta una sonrisa y deja volar la imaginación hacia felices pensamientos.
Pero el tiempo
pasa y la piedra como soporte se va quedando vieja. Las sondas Voyager llevan una “cápsula del tiempo” en la que se ha introducido ejemplos visuales y sonoros
de lo que algunos han pensado que somos como humanos y es aceptable que
trascienda. A volar por los tiempos y los espacios aquellas cosas que deben
perdurar y representarnos. No se sabe
por quién y cuándo será leído el mensaje, pero se piensa en la eternidad
y pensando en dimensiones cósmicos eso es fácil, inevitable seguramente. Estas
modernas “epigrafías” cosmonautas me gustan. Todo aquí sugiere y hace soñar.
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