Parece que fue ayer. Casi. El 25 de noviembre se han cumplido los 100 años desde que Einstein exprimió un poco más sus meninges publicando la Teoría de la Relatividad General. Genuflexión. Pausa valorativa.
Todo intuitivo.
Ningún conocimiento fiable. Esa es la historia de la relación que mantengo con
la física. Pero esto se va a acabar. Este centenario marca un punto de
inflexión en mi ignorancia científica. Me pongo manos a la obra para subsanar
deficiencias. Para ello, he empezado por
el principio. Tiene que ser claro y sencillo, asequible. Mi profe en la distancia es Steven Weinberg
(físico teórico y Premio Nobel de Física) y su libro Explicar el mundo. El descubrimiento de la ciencia moderna. (muy
pero que muy interesante, aunque a la parte de Notas Teóricas no he podido
hincarle el diente, en fin)
A continuación,
he pensado hacer honores al homenajeado.
He bajado el listón pensando asegurar el éxito y he elegido una
colección rabiosamente divulgativa de la editorial Blume, bien: Einstein. Su vida, sus teorías y su
influencia. (Mi autoestima está en
una situación difícil)
Voy paso a paso
y ya van surgiendo certezas. En concentrada fascinación me encuentro. Existe
todo un mundo invisible en el que se desarrolla una coreografía fija a un ritmo
frenético, “la danza de la mota de polvo evolucionando por el aire”, algo así.
Einstein formuló una ecuación matemática, la relación de Einstein, mediante la cual se puede medir la distancia
que recorre una mota de polvo por el aire como resultado de las colisiones con
los átomos de aire. Primera perla: bailoteo
invisible en el medio aéreo.
La seca
realidad, en ocasiones, se muestra como el más imaginativo de los poetas. A quién sino a ellos se les ocurriría que un minuto, una hora, un
año, no duraran lo que acostumbran. Pues
hete aquí que a los físicos con gran imaginación, también. Incluso, algunas pobres criaturitas, que
vivimos en aceleración constante, igualmente nos gusta pensar que el tiempo va
a dar más de sí según nuestra conveniencia y el tamaño de la lista de cosas
pendientes. Oigan que no. Error. Pues bien, llega Einstein y demustra que el
tiempo es una dimensión relativa, aunque mientras no consigas moverte a la velocidad
de la luz, el tiempo tiene el mismo ritmo de siempre y que lo único que podemos sacar es un ataque
cardíaco en toda regla. El día que consigamos esa velocidad, todo cambiará.
Incluso la eterna juventud estará más cercana puesto que envejeceremos más
despacio. Si uno se embarca en un viaje espacial viajando años a la velocidad
próxima a la de la luz, al volver a la Tierra habrá envejecido menos que los
que no pudieron irse de vacaciones. Segunda perla: el tiempo es relativo.
A modo de
experimento y comprobación, que para algo estoy enredada con la ciencia, voy a
hacer una pequeña prueba. Para ello me voy a servir de un plato hermoso que
tengo y que utilizo para dar la vuelta a la tortilla de patatas. Tendré que imprimirle una velocidad de giro
que se aproxime a la de la luz (estoy pensad cómo) Mientras doy solución a esa
pequeña eventualidad, contaré lo que sucederá. La circunferencia exterior al
girar se contraerá por la velocidad,
pero el radio de ésta no variará. Curioso, eh? Esto que le va a suceder a mi
plato tortillero, le llevó a Einstein en su Teoría General de la Relatividad a
demostrar que masa y energía pueden deformar el espacio y el tiempo. Tercera perlita:
el espacio se curva y deforma.
Minutos de duración
variables; choques y colisiones descomunales entre partículas invisibles; espacio
que se deforma según la marcha que tenga. Todo es de un poético y onírico que
me deja confusamente encantada. Así, no es de extrañar que un buen día Einstein
se descolgara con esta dulce piruleta “La
imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado”
¿Quién da más?
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