Película
Cuando sales
del cine, no siempre tienes una opinión sobre la película que
acabas de ver. En ocasiones nada es lo que parece y las cosas
cambian con el paso de las horas o de algún que otro día. Algunas
veces te deslumbra la fanfarria y el colorín que visten la historia
y la misma desaparece entre los dedos cuando intentas reconstruirla
de camino a casa. Otras, una historia pequeña, cotidiana o incluso
poco usual pero no deslumbrante, te hace saltar de la propia historia
que el director te propone, para volar sobre otros temas que asoman
y, que aunque sin la autoridad de rango principal, son abordados
en función del argumento primero. Son estos aspectos, al igual que
los secundarios de lujo de las películas, los que pueden salvar o
hacer especial una historia que a priori pudiera despertar interés
alguno.
Un editor de
libros, que es el personaje central de El editor de libros,
por muy importante que llegara a ser en su época, por muy descubridor
de talentos que fuera, aunque se pudiera considerar el mejor o uno de
los mejores en su trabajo, en un documental, de esos tan
absolutamente fantásticos que se hacen, encajaría perfectamente,
pero la gran pantalla tiene otro lenguaje. Aunque apostar y
trabajar con y para algunos de los genios literarios americanos de su
época, y a buen seguro, del mundo (F. Scott Fitzgerald, Ernest
Hemingway o Thomas Wolfe) la vida de Max Perkins, editor de Scribner,
no resulta, a priori, demasiado cinematográfica. Nada más alejado
de la realidad. Michael Grandage, director de la película, ha sabido
convertir su historia, la de Max Perkins, en algo muy especial, en un
relato del cual sales contagiada por la pasión de los personajes y
con un regusto que se transforma y aumenta cuando te vuelve a la
mente con el paso de los días.
Crandage se
ha apoyado en la novela de Scott Berg Max Perkins: editor of
Genius y
seguro que debió contagiarse con el virus devorador de la creación
literaria para poder transmitirla con esa fuerza. Me interesan menos
los egos, las desilusiones irreparables, los trasiegos a los que
somenten las amistades intensas, los amores cambiantes, el gusto del
triunfo anhelado... todo eso ya lo he visto antes. Los minutos
palpitantes en los que el
editor Max Perkins (Colin Firth) y Thomas Wolfe (Jude Law) cosen su
historia en común de pasión por la literatura, de apuesta
incondicional por la creación, de apasionamiento por
contar y leer vidas
que no pueden ser vividos de otra manera,
de entrega total a las
palabras y los universos
que crean,
de olvido de la realidad para abandonarse al mundo paralelo de
las historias bien contadas, esos son fabulosos ¡Uf, qué difícil
de conseguir!
No obstante,
para que todo funcione, el director tiene que estar bien arropado y
en este caso lo está. John Logan
adaptando el libro de Scott Berg, la fotografía de Ben Davis que
crea las atmósferas necesarias para transportarnos al Nueva York de
entreguerras, la música de Adam Cok, el vestuario... y, por
supuesto, ellos y ellas: Colin Firth, Jude Law, Nicole Kidman, Laura
Linney, Guy Pearce, siempre están fantásticos. Producción inglesa
que hace honor a lo que nos tienen acostumbrados.
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