MIRANDO AL SIGLO XIX
Sin
quererlo, estoy a la última en lo que a celebraciones culturales se
refiere, o casi. Algunos medios se hacían ecos el pasado 18 de
julio del bicentenario de la muerte de Jean Austen. En ese momento no
estaba yo sumergida en la suaves primaveras del siglo XIX inglés, ni
tiritando en los grises y húmedos inviernos inviernos de la Austen,
pero casi, y es que la citada fecha me ha pillado en compañía de
Elisabeth Gaskell.
Hace
unas semanas si alguien me hubiera preguntado por Elisabeth,
francamente, no hubiera sabido qué decir, y es que he llegado a
ella por un conocimiento bastante superficial de Jean y, sobre todo,
por el consejo de una buena amiga a la que podrían contratarla en
cualquier editorial con el objeto de confiar en su buen gusto.
Cuando tuve el libro en mis manos, una historia sobre un médico
viudo, a cargo de una hija que está a punto de entrar en la
juventud, que vuelve a casarse con una esposa que aporta al
matrimonio otra hija en similar edad a la del médico, la sensación
fue de vértigo. Una novela extensa, le letra apretadita y escrita
en el siglo XIX. Un reto, pensé. Nada más empezar, supe que mi
miedo era infundado. La he leído con la agilidad, el placer y la
curiosidad con los que se leen los “novelones” de calidad.
Indudablemente,
son herramientas literarias las que han conseguido que lo disfrutara
de principio a fin. La prosa de Elisabeth fluye. Te lleva de la mano
de un párrafo a otro y te deslizas a través de ellos con verdadero
placer en busca del final.
Existe
un equilibrio bien compensado entre los diálogos y las descripciones
o narraciones de personajes y ambientes. En ningún momento hay un
abuso de las descripciones minuciosas en las que algunos autores se
paran a dormir creyendo que con ello son el colmo de la precisión y
riqueza recreativa. No, las descripciones de Jean en ningún momento
son fatigosas sino que enclavan a los personajes en las
circunstancias que viven haciéndolos más veraces y comprensibles, a
la vez que hablan del carácter de los mismos. Si Molly Gibson, la
joven protagonista de la novela, está acompañada de jardines, es
porque éstos la rodean e influyen en su ánimo, en su personalidad.
Los escenarios de Elisabeth hablan de los personajes que los habitan
ayudándonos a conocerlos bien.
Los
diálogos son precisos y nada discursivos. Hay una cuestión a
resaltar y es esa fina ironía tan británica que aparece cuando el
autora sabe decir mucho sin nombrar, sugerir, contar con sólo
insinuar. Muy british, me encanta.
Los
personajes están muy bien definidos, caracterizados y dibujados con
aquellos aspectos que los hacen especiales y únicos. Se debaten y
luchan entre su educación, sus valores, sus sentimientos y los
convencionalismos.
El
único aspecto que le afearía a Elisabeth es un punto de buenismo
que en ocasiones me distancia de algún personaje. No obstante,
también podría ser que yo, aprendiz de super woman del XXI, tanga
que hacer un esfuerzo superior al empleado habitualmente para
comprender todos y cada uno de los detalles que componen la sociedad
de Molly. Y es que esa sociedad me interesa sobremanera. Bucear en
una novela como la de Elisabeth es darse un baño de historia social
del siglo XIX inglés con la intensidad que no consiguen algunos de
los más prestigiosos manuales de historia. Vida rural teniendo como
telón de fondo lejano la urbana; valores tradicionales inamovibles
que hacen país; costumbres familiares que son pilares vertebradores;
clases sociales que se rozan para no mezclarse; convencionalismos que
construyen las relaciones; el mundo femenino rico complejo y
soterrado como pocas literaturas lo han sabido retratar… la mujer,
pieza a la que en todo momento tiene en cuenta para que no cuente
nada y que obliga a las protagonistas a un esfuerzo de valor,
inteligencia y saber estar para moverse dentro del corsé diseñado
para ellas.
Me
despido de Molly con un poco de pena puesto que todavía es muy joven
y su andadura no ha hecho mas que empezar.