EL MUNDO DEL QUE OTEYZA SALIÓ
Madrid, años 20
Es difícil entender algo de la
historia española de comienzos del siglo XX sin haber buceado un poquitín en
nuestro siglo XIX. Las ocasiones en que
lo he hecho, he tenido la impresión de encontrarme con una sociedad que pareció
perder la perspectiva no digiriendo la pérdida de su pasado colonial y
manifestándose incapaz de implantar una plena democracia. Pues nada, nuestros
paisanos mirando hacia otro lado y no logrando encontrar el camino hacia el
futuro. Pobrecitos míos, bien sé que es muy fácil juzgar desde mi cómodo punto
de mira. Pero la historia es muy tozuda e incapaz de de olvidar tanto los
aciertos como los fracasos. Me callo y doy voz a los profesionales.
“Tras el fallido intento de
instaurar un régimen democrático durante el Sexenio (1868-1874), se restauró la
monarquía borbónica y España volvió al liberalismo censitario. El nuevo sistema
político, ideado por Cánovas del Castillo, se fundamentó en la alternancia en
el poder de dos grandes partidos, el
conservador y el liberal.
La Restauración duró más de
cincuenta años (1875-1931), con una importante inflexión en 1898. Durante este largo período, que abarca los reinados de
Alfonso XII y Alfonso XIII, con el interregno de la regencia de María Cristina,
se consolidó un régimen constitucional y parlamentario. Pero nunca llegó a ser
plenamente democrático y estuvo dominado por una burguesía oligárquica apoyada
en un capitalismo de base agraria.
Con el paso del tiempo, los dos
partidos hegemónicos se fueron descomponiendo y no fueron capaces de dar
entrada a las nuevas fuerzas emergentes, como el obrerismo y el republicanismo,
para ensanchar la base social del régimen y darle estabilidad. En 1898, la
pérdida de las últimas colonias españolas, Cuba y Filipinas, sumió a la
Restauración en una gran crisis política y moral, conocida como el “desastre”,
que resquebrajó los fundamentos del sistema y planteó la necesidad de iniciar
un proceso de reformas que modernizaran la vida social y política del país
(regeneracionismo)
Crisis de la Restauración 1898-1931.
El desastre de 1898 produjo una
conmoción general en el país. Como consecuencia, el régimen de la Restauración
entró en una nueva fase, que vino marcada por la subida al trono de Alfonso
XII, al cumplir la mayoría de edad en 1902, y que finalizó en 1931 con la caída
de la monarquía y la proclamación de la Segunda República.
Durante este período, una nueva
generación de políticos y nuevos movimientos sociales (republicanismo,
obrerismo, nacionalismo) irrumpieron en la vida española. El régimen de la
Restauración fue incapaz de ensanchar su base social hacia esas nuevas fuerzas,
que se mantuvieron siempre al margen del sistema y dieron lugar a un aumento de
los conflictos sociales y políticos. Entre 1898 y 1912, los partidos dinásticos
(Conservador y Liberal), con sus dirigentes principales, Antonio Maura y José
Canalejas, intentaron una modernización del sistema. Pero a partir de 1912, la
continua decadencia y fragmentación del régimen dio lugar al fortalecimiento de
la oposición republicana, obrerista y nacionalista.
El problema colonial en Marruecos
y el impacto de la Gran Guerra agudizaron los conflictos, que estallaron el los
sucesos revolucionarios de 1917. La incapacidad del sistema de la Restauración
para renovarse y democratizarse acabó propiciando la solución militar y, en
1923, el golpe de Estado de Primo de Rivera dio origen a una dictadura hasta
1930. El compromiso de la propia monarquía con el nuevo régimen desembocó en su
caída en abril de 1931.
La derrota militar, del
desastre del 98, tuvo también consecuencias
en el ejército. () En el seno del ejército fue tomando cuerpo un sentimiento
corporativo y el convencimiento de que los militares debían tener una mayor
presencia y protagonismo en la vida política del país. Esta injerencia militar
fue aumentando en las primeras décadas del siglo XX y culminó en el golpe de
Estado de Primo de Rivera, en 1923, que inauguró una dictadura de siete años, y
en el protagonizado por el general Franco en 1936, que provocó una guerra civil
y sumió a España en una dictadura militar de casi cuarenta años" (J. Aróstegui Sánchez; M. García Sebastián; C. Gatell Arimont)
Ojo a la reflexión de Oteyza en
Filipinas.
"¡Qué espanto y qué vergüenza!
Cuando la proximidad de la salida del sol tiñe de rojo el horizonte, me parece
que es el reflejo de la sangre española vertida veintiocho años atrás. Pero,
no; esa sangre ha desaparecido: la que cayó en el mar la arrastraron en seguida
las olas y la que cayó en tierra fue pronto lavada por las lluvias tropicales.
Tampoco ese tinte rojo refleja el rubor de España. ¡Si todo se debió a la
fatalidad! No hubo culpables... Y es la prueba que todavía no se ha exigido
responsabilidad a nadie, aunque con el tiempo transcurrido, tiempo, lo que se
dice tiempo, no ha faltado. Tal vez faltasen ganas. Pero ya
se acerca el día... Dejemos esto, como tantas otras cosas, provisionalmente.”
y sobre Primo de Rivera
Hong Kong, años 20
Cuando Occidente perdió el
sentido común y se creyó tan superior como para pensar en dirigir el destino
del Planeta entero. Colonialismo e Imperialismo, una más de las tropelías de
nuestra cultura. No sé si sirve de mucho horrorizarse. Llegados a este punto,
creo que es mejor encajar ese gol metido en la propia meta de nuestra ética
occidental, aprender de lo hecho, corregir (aunque viendo el mundo, ni
aprender, ni corregir, ni nada de nada) y mirar hacia delante. Me quiero poner pelín positiva y por ello debo decir, que además de exportar prepotencia, también “inventamos”
el Renacimiento y conseguimos dar a luz
a la Ilustración (bueno, un intento de equilibrar la balanza y no acabar
hundida en la miseria). Voz, otra vez a los profesionales.
“Aprovechando su superioridad
técnica, militar y financiera, Europa se lanzó al dominio político y económico
del resto del mundo. Esta preponderancia se plasmó en términos de dominio
territorial, y entre 1870 y l914, las principales potencias económicas
realizaron una gran expansión fuera de sus fronteras, creando sendos imperios
coloniales.
Esta expansión comportó, por un
lado, la explotación directa de los recursos de África, de América latina y de
Asia y, por otro, la dominación política de gran parte de esos continentes, ya
que la mayoría de las colonias eran directamente administradas por la
metrópoli.
Europa en Asia.
China, que no fue ocupada por
ningún país, aunque los europeos consiguieron, a principio del siglo XIX,
establecer algunos enclaves comerciales. Los ingleses equilibraban las compras
de té y seda chinos con la venta de opio que traían de la India. En 1839, el
gobierno chino prohibió la entrada del opio, pero los ingleses continuaron
vendiéndolo. El conflicto desembocó en las guerras del opio (1839-1842 y
1856-1860) gracias a las cuales el gobierno británico consiguió el enclave de
Hong Kong y la apertura de doce puertos al comercio internacional, lo que
evidenció la debilidad del Imperio chino ante Occidente. Así, entre 1885 y
1911, se produjo un verdadero asalto a China por parte de los países europeos y
de Japón. Francia se situó al sudoeste; Gran Bretaña, en el sur y en el río
Yangtsé; Rusia y Japón, en el nordeste, alrededor de Manchuria; y Alemania y
Gran Bretaña en la península de Shandong.
A partir de ese momento se
intensificó la injerencia económica británica, especialmente en la explotación
de las minas, los ferrocarriles y el control del comercio. Este expolio originó
reacciones nacionalistas, como la de los reformadores radicales del
levantamiento de los Cien Días (1898) y la revuelta popular de los
bóxers (1900-1901), que fracasaron. Sin embargo, en 1911, una revolución
puso fin al imperio y proclamó la república, en un intento de liberar a China
de la dependencia colonial y conseguir la reconstrucción nacional.
Estados Unidos.
El colonialismo americano, a
diferencia del europeo y del japonés, no se caracterizó por la conquista
territorial y la imposición de una administración metropolitana, sino por la
injerencia en los asuntos internos de los países y la sumisión económica de los
gobiernos autóctonos a sus intereses (neocolonialismo). Esta política encontró
su mejor exponente en las pequeñas repúblicas del Caribe: Cuba, República
Dominicana, Haití, Panamá y Nicaragua. La guerra contra España, en 1898, a propósito de Cuba y
Filipinas, ejemplifica esta política.” (J. Aróstegui Sánchez; M. García Sebastián; C. Gatell Arimont)
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