Si se tratara de un twitter sería: choque de trenes culturales, contraste arriesgado, simbiosis creativa. Y sería eso, y más. Porque hay también historias de amor imparables, sociedades refractarias a la par que permeables, culturas incorregibles, mundos paralelos, relatos maravillosos, lenguajes suculentos. Todo ello contenido en la historia de Óscar Wao, el prota e hilo conductor de la obra de Junot Díaz. Junot nos relata la vida de Óscar, un muchacho que vive en New Jersey y que está condicionado por su ascendencia dominicana. Vive su juventud esperanzado en convertirse en un gran escritor de literatura fantástica y en encontrar un amor que llene su vida.
Cataclismo de valores, la selva
de ladrillo de New Jersey frente a la
cálida e invitadora República Dominicana. Visitas sucesivas a ambos
mundos gracias a la narración de Díaz, a su forma de presentarnos a los
personajes y de relatar sus periplos vitales. Los escenarios no tan separados
geográficamente, no podían ser más dispares. El origen tropical y caribeño,
soñador y fabulador, apasionado y machista, injusto, inmovilista. El destino,
cosmopolita y multiétnico, progresista, posibilista, duro.
Con una pierna en ambos mundos,
haciendo equilibrios emocionales y culturales, así se presenta la familia de
Wao. Una historia común a muchos millones de personas en el mundo, de total
actualidad. Y en este caldo de cultivo mestizo, enriquecedor y difícil, se
desenvuelve Wao y los suyos. Entre las
raíces y el futuro que vuelve a los inicios.
Uno de los ámbitos donde aparece
de manera fabulosa la disolución cultural es el lenguaje.
Un disparate fabuloso, un derroche de imaginación creadora, simbiosis
callejera, o puede que un atropello para los puristas del lenguaje. En
cualquier caso, he sonreído gustosa y
divertida ante cosas como ésta: jalón
de orejas, francomacorisano, jabao, güey, jevas, papichulo, jonjonero,
bachatero, “de todos modos se sentía requetefokin bien”, ¡Ole, ole¡
Palabras españolas que adquieren un nuevo significado; vocablos ingleses dentro
de una frase castellana que la hacen brillar y disparan su sonoridad. Me
inclino reconocida ante la capacidad creativa de los no creadores
profesionales, gente de a pie, que sin ninguna estudiada vocación, estruja,
modifica, olvida, cambia palabras, significados, sintaxis a fuerza de usarlas.
Y es que el lenguaje tiene vida propia, nadie es su dueño. Por mucho que se
pretenda no hay quién la amordace. Junot Díaz lo sabe y nos hace este regalo.
Y me gusta. Me gusta el cómo. El cómo presenta, encadena, cuenta,
caracteriza a los personajes que pueblan el libro. Con esa habilidad de los
cuentistas que mantienen al personal con la boca abierta y el corazón plegado
esperando el desenlace. Como si se leyera en voz alta, con el placer del
paladeo lento de las palabras sin prisa, la cadencia, el ritmo justo y la
entonación debida. En uno de esos apartes de “espera que te lo cuento…” aparece
la historia de la madre de Óscar. Apasionada, conmovedora, dura. Los personajes
principales cuentan, pero el relato de la madre me ha gustado especialmente.
Dos topicazos, o tópicos-tesis,
que se pasean por el libro con toda libertad, el orgullo del macho dominicano
por ser quien es (hablando de Óscar): “No
tenía ninguno de los superpoderes del típico varón dominicano, era incapaz de
levantar jevas aunque su vida dependiera de ello. No podía practicar deportes,
ni jugar al dominó, carecía de coordinación y tiraba la pelota como una hembra”;
y la aceptación de lo funesto a través de lo milagroso: “Pero cualquiera que sea la verdad, recuerden: los dominicanos son
caribeños y, por lo tanto, muestran una tolerancia extraordinaria hacia los
fenómenos extremos. ¿Cómo si no habríamos podido sobrevivir a lo que hemos
sobrevivido?” Los tópicos, por serlo, no son ciencia exacta y se alejan de
ser norma irrefutable. No obstante, su obstinada existencia obliga a considerarlos.
Los
bonitos
“Óscar siempre la veía, una Mary Jane del gueto, el pelo tan negro y
lustroso como un cumulonimbo próximo a explotar”
“En aquellos días las ciudades todavía no se habían metastatizado en
kaiju, amenazándose unas a otras con humo e ingentes hileras de casuchas; en
aquellos días sus límites eran un sueño corbusiano: lo urbano simplemente
desaparecía con la rapidez de un latido. “
“Estaba leyendo un libro de
frente a la Capilla Henderson con una concentración tal que temí que se pudiera
lastimar”
“se le salía tanta pierna de la falda que era pura avaricia”
“el calor de su cuerpo era vertiginoso”
“…Benny El Indio, un camarero reservado, meticuloso, que tenía el aire
triste de un hombre acostumbrado desde hacía mucho a la demolición espectacular
de sus sueños”
Junot se divierte a través de un
amigo de Óscar: “¡Ave, Perro de Dios¡ Esa
fue su bienvenida en mi primer día en Demarest. Me tomó una semana descifrar lo
que había querido decir. Dios. Domini. Perro. Canis. Ave, dominicanis. Supongo
que me debí haber dado fokin cuenta. El tipo siempre decía que estaba asarao,
lo decía constantemente, y si yo en realidad hubiera sido un dominicano old
school: a) le hubiera hecho caso al muy idiota y b) hubiera salido echando de
ahí.”
Bien, bien...
Bien, bien...