ESTE MUNDO TAN CHIQUITÍN
QUE NOS OBLIGA
Una pequeña nuez. Un mundo
redondito y chico. Nuestro espacio vital se estrecha por momentos. Vivimos en
un planeta abarcable, recorrible, a la manera de ese otro del Principito, el asteroide
B 612, que con mover una silla donde sentarse, podía asistir a permanentes
atardeceres.
La física, bueno y la experiencia
vital, parece desmentir esta impresión sobre el suelo que pisamos y sobre el
que nos extendemos. El mundo ha sido muy grande hasta ahora. Que se lo digan al
bueno de Cólon que se dio de bruces con ese casco continente americano y,
obsesionado como estaba con el país de las especias, no vio que el mundo se
hacía muy grande ante sus ojos. O mejor, que se lo cuenten a Magallanes y a sus
colegas que en 1519, cuando se dieron cuenta de que la dimensión del balón en el
que vivimos, era algo más grande de lo esperado, (“Magallanes compartía las mismas concepciones erróneas sobre el tamaño
del mundo que habían hecho concebir a Colón la falsa esperanza de llegar a
Asia. El cálculo ptolemaico de la circunferencia terrestre derivado de la
equivocada interpretación que había hecho Estrabón de los correctos cálculos
precedentes formulados por Eratóstenes y Posidonio, había reducido las
dimensiones del globo en un 28%” Donald S. Johnson-Juha Nurminen) O qué pensaría Cook, el intrépido capitán
James Cook, cuando, a fines s. XVIII, intentó con su expedición resolver la
incógnita del Gran Continente Meridional. Explorar, dibujar, describir costas,
anotar, medir… Llegó a penetrar en los 70º de latitud Sur y precisó que no
existía un continente meridional, la Terra Australis Incógnita, “ a menos, como relató, que se encontrara cerca del polo y fuera
del alcance de la navegación.” O
cuando Livingstone, en 1866, empeñado en perderse en tierras de África, estuvo
a punto de conseguirlo si no lo llega a impedir la tenacidad y el ego de
Stanley.
Esto se ha acabado. Y es que,
midiendo lo mismo, el mundo es cada vez más pequeño. Ya nadie pude hacerse el
orejas y quedarse por selvas tropicales o montañas fragorosas y desentenderse
del devenir mundano. Queramos o no, viendo con buenos ojos o con ojeras,
vivimos en esa superficie redondita que no deja de estrecharse. Seguramente ya
no nos encontraremos con individuos como ese excombatiente japonés de la II
Guerra Mundial, que no se enteró hasta 1974 de que la guerra había terminado.
(Por cierto, se murió en enero de 2014 a los 91 años) Mejor nos vamos
olvidando de casos y cosas como éstas. Eso pasó ayer, vaya; pero hoy, no.
Ahora, cuando algo ocurre en un
punto del planeta, da igual los kilómetros que medien, nos enteramos, y por
poca relevancia que tenga, repercute en nuestras vidas. Es una cuestión de
tiempo, no de espacio, que notemos las consecuencias. No veo otra lectura para
lo que pasó en la plaza madrileña de Callao el día 5 de este mes, donde unos
agricultores españoles, hartitos de que su sector sea el pagano de muchas de
las decisiones políticas nacionales, internacionales y planetarias, se dedicó a regalar la fruta
que no ha podido vender en los mercados rusos a los que estaba destinada. La
causa, el veto ruso a productos europeos. El motivo precedente, las sanciones
de la Unión Europea a Rusia. Causa profunda, distante y última, la no invasión presencial de los rusos en
Crimea (es como el hilo de Aridna, tirando con cuidado llegas al principio) Crimea es invadida y en Callao los agricultores reparten
fruta gratis ¡Por supuesto¡
Ya nada nos es ajeno. Nadie está
a salvo de nada. No hay lugar donde esconderse, ni sitio lo suficientemente
lejano para aislarse. Cuanto antes adoptemos ese punto de vista a la hora de
leer, pensar, opinar y actuar, mejor.
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