A LA MANERA
DE UNA TRAGEDIA GRIEGA
El poder de imaginar del ser
humano, una de sus capacidades más
maravillosas. Con ella podemos llegar allá donde se nos antoje. Es el motor que
nos impulsa a alcanzar, componer, construir… allí donde parece que la realidad
no ha llegado, lo logra ella. Un don de
los dioses que a su vez nos “imaginaron”. Pero, de vez en cuando, nos
encontramos con historias reales, experiencias vitales, que son difíciles de
imaginar. Es más, si las hubiéramos creado de la nada, las miraríamos de reojo
pensando que huele a forzado, irreal, enrevesado. Y ahí es donde reside su valor, la realidad,
actuando por su cuenta, involucrando las voluntades creadoras de un buen puñado
de personas y circunstancias, es capaz de componer historias que nos desarman
por su fuerza, su dramatismo, por las consecuencias para sus protagonistas. Guiones
basados en hechos reales que superan la realidad imaginada, para qué
pedir más.
Bien,
la base (el guión, argumento) es buena. Nos cuentan algo muy interesante, con
miga (con algo más que miga), pero el cómo lo hace Georg Maas es de nota. La
acción no decae en ningún momento, la tensión argumental va “in crescendo”, las
piezas que nos presenta el director van encajando poco a poco a medida que se
despliega el film, hasta llegar al final. Un acabar que no defrauda. Pero hay
más, puesto que la película también tiene una lectura de drama familiar. Las
situaciones se desbordan dentro de una familia, ahí donde más duele. Mitad
thiller, mitad drama familiar.
La película
nos sitúa en la Europa del año 1990, cuando el muro de Berlín acaba de caer.
Katrine, ha crecido en la Alemania del Este, pero que ha vivido en Noruega
desde que tenía 20 años. Katrine fue fruto de la historia de amor de su padre,
un soldado alemán que prestó servicio en Noruega durante la Segunda Guerra
Mundial, y de su madre, una nativa de dicho país. La vida de Katrine es feliz.
Vive junto a su madre, su esposo, su hija y su nieta y está contenta con su
situación. Sin embargo, su vida va a dar un gran giro cuando un abogado les
pide a ella y a su madre que participen como testigos en contra del estado
noruego en un juicio a favor de los niños de guerra, como ella misma es.
Katrine se opone. No obstante, poco a poco, va descubriendo una serie de secretos
que, hasta entonces, habían permanecido ocultos para ella.(Sensacine)
Todo a
la manera de hacer del norte: sobrio, contenido, intenso, recio. Se agradece
este acercamiento a la historia tanto en la dirección como en las
interpretaciones (Juliane Köhler, Liv Ullmann, Sven Nordin) Consigue el tono
preciso. ¡Mira que me gusta el cine americano¡ pero si éste rueda la historia,
el resultado no hubiera sido el mismo, la mirada cambiaría, el ritmo… Es la forma germano-nórdica
de contar su propia historia la que le da el toque necesario.
No soy
de la opinión de que la geografía determina el carácter de las gentes que la
habitan, pero si las condiciona. La belleza fría y salvaje de los escenarios,
ese país frío y duro, por fuerza modela
a sus paisanos y aquí también está presente en la manera de contar y de
expresar. La historia sale ganando y los escenarios no deben pasarse por alto.
Pueblos, montañas y mares de una belleza inclemente. Presentación de un frío y
humedad exterior, frente a la calidez bien escondida de los interiores. Intimida
bien delimitado, claramente privada, confortablemente acurrucada.
Katrine, la prota de la película,
se asemeja a una heroína griega. Atrapada, zarandeada por hechos ajenos. Sujeto casi paciente de
acontecimientos que la superan. Con un margen de maniobra escaso para poder
enderezar y reconducir su vida, transformarla y llevarla a la normalidad.
Atrapada por el azar, la voluntad caprichosa de los dioses, sometida a su
destino. Su historia podría acomodarse perfectamente al repertorio de obras a
representar en Epidauro o en Mérida, pongo por caso. Estamos en el norte de
Europa pero el componente trágico que aparece desbordándolo todo en muchas
vidas anónimas, no sabe de geografía.
Todo esto me aproxima, más allá
de la historia en si misma, a un debate de esos que dajaban, a buen seguro, a
los filósofos griegos sentados debajo de un árbol meditando hasta el ocaso,
porque esto es lo que también tienen de bueno las obras interesantes, además de contar historias
apasionantes te llevan de la anécdota a la categoría. ¿Decir la verdad o no
hacerlo? Remover en el pasado con el objeto de hacer justicia, de llegar a la
verdad, cuando los efectos de la misma no llegarán a todos sus protagonistas o
lo harán de una manera aminorada. La necesidad de que paguen los culpables y se
resarza a los inocentes. Todo ello incluso cuando los culpables no están ya en
el banquillo de los acusados, cuando los inocentes corren el riesgo de lograr
una dudosa victoria. Aún así la necesidad de justicia se impone, pero en
ciertos casos a un alto precio. ¿Decir la verdad o no hacerlo? Dilema ético
que la protagonista se ve obligada a solucionar. Mejor ver su decisión. No
obstante ¿por qué la justicia universal, esa que traspasa épocas, situaciones y
personajes, está a menudo tan distraída? Consigue que la rueda de la
fortuna sea terriblemente esquiva para muchos.
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