DOCUMENTARTE
Una pasión que se convierte en
trabajo, y esta ocupación laboral se engrandece al adquirir dimensión social y
nivel artístico. Lo que nos cuenta el documental “La sal de la Tierra” no es un ejemplo único, no obstante no
abundan. Que el trabajo de cada día sea una pasión para el que lo desarrolla es
ya un lujo, pero que se transforme en un regalo para los demás, es
sencillamente maravilloso.
A dos manos, Juliano Ribeiro
Salgado, hijo del fotógrafo, y el director alemán Win Wenders nos acercan a la
biografía de Sebastián Salgado, y sobre todo, a su obra. Los datos biográficos
están ahí, no podía ser de otra forma pues ayudan a entender su trabajo, pero
aparecen en función de su obra.
El hombre, la sal de la Tierra,
es el tema central de la fotografía de Salgado. Aunque no de forma exclusiva,
pero si en su mayor parte, son los hombres y mujeres sencillos, en sus vidas
diarias, en sus entornos naturales, en sus desdichas, los que acaparan el
objetivo de su cámara. Sebastiao toma prestada su tristeza, su angustia, su
inocencia, su esperanza, para enseñarnoslas y conseguir una descarga
instantánea, una agitación de nuestra conciencia anestesiada. Imágenes
potentísimas en su contenido y absolutamente bellas en su resultado. Impactantes
instantes fijados de los que Salgado extrae su esencia, aquello que es difícil
de nombrar con palabras.
Detrás de un gran hombre, o de su
proyecto, siempre hay una gran mujer.
Amén. No son demasiados los detalles o aspectos que aparecen de Lélia, no
obstante son suficientes para darnos cuenta de la talla de esta mujer. Un paso
atrás, siempre ahí pero invisible. No obstante, el público que se acerque a
conocer el trabajo de Salgado no puede por menos que reconocer su función como
soporte familiar y guía laboral de su marido. Además, en el último proyecto ha
sido ella, con ese tesón que se le adivina, la protagonista y el empuje
necesario para dar una vuelta de tuerca en el trabajo de su marido y en su
orientación vital. Puede que esta mujer tenga una biografía por escribirse.
El documental se presenta como
una narración a tres manos. Tres
aproximaciones diferentes. Win Mendes codirige y da su opinión personal como un
admirador más del trabajo de Salgado. Su hijo, realiza el guión y dirige junto
a Mendes, pero aporta el punto de vista íntimo de un hijo que ha visto el
esfuerzo que ha requerido a su padre llegar donde ha llegado, e intenta
conocerlo un poco más y rendirle homenaje. El propio Salgado también tiene voz
y es, claro está, la aproximación más interesante. Aún sabiendo que una vez que
se finalice un trabajo así, ya no le pertenece y que es de cada uno que lo
observa, es un placer escuchar al autor explicándose.
Aunque el relato cronológico sea
el formato elegido en la narración, el
documental empieza pisando fuerte con fotos de la mina de oro de Serra Pelada. Un
caos organizado rebosante de humanidad en un esfuerzo primario y esencial. El
cuerpo central del documental, nos hunde en la miseria humana hecha realidad en
escenarios como Africa o la ex Yugoslavia. Aquí el personal traga saliva.
Salgado nunca pierde la compostura, estética, pero en estos lugares su objetivo
da cobijo a todos los desheredados de la Tierra. En la sala de cine donde yo
pude ver el documental, se produjo un suspenso mudo. Ni el rasgar de una bolsa
de maíz, ni el chasquido de una palomita, ni una tos, ni un revolverse nervioso
en la butaca. Nada. Clavados y con el corazón encogido. Por fortuna, el último
trabajo del fotógrafo y de su mujer, y con el finaliza el documental, es una
bocanada de aire fresco esperanzado y un canto a todo lo bello y digno de
conservación existente en el mundo. Un torbellino anímico.