No hay manera de cambiar
realidades incontestables, y una de ellas es que sólo se vive una vez. En lo
que si tenemos cierto margen de maniobra es en cómo degustamos, gastamos o
malgastamos, según el caso, los días que tenemos a nuestra disposición. Algunos
los emplean a tope, les cunde como si de varias vidas se tratara. En cambio,
otras personas pasan de puntillas pensando que hay un plus de horas y días más
tarde posponiendo el vivir. En realidad, hay que darse prisa por vivir porque
de otra manera, la vida te pasa por encima si haber participado en ella. Por
tanto, si se hace necesario un cambio vital, un giro brusco, un punto y aparte,
y se puede poner en práctica, adelante. Si no, siempre quedan las huídas
mentales, los paréntesis de la cotidianidad en los que vivir por un rato vidas
prestadas como el cine y la literatura, por ejemplo. Y en esta dirección,
extraigo la primera idea que me gusta del libro de Muñoz Molina: “ Es ese lector o ese aficionado al cine que
se borra a sí mismo en el ensimismamiento de las páginas escritas o en penumbra
de una sala. Vas al cine a dejar de existir…. Me sumergía en ellos como un buzo
en esas profundidades que están a unos metros de la orilla y ya son otro mundo
más raro que la superficie de la Luna. Así he querido sumergirme siempre en las
cosas y en los lugares que me gustan, en las ciudades a las que llego y en los
idiomas que quiero aprender olvidándome sin esfuerzo de mis conexiones
familiares, de mi vida y mi ciudad y mi país y mi nombre.
Quizás se trata de la misma capacidad para la evasión que hay en los
juegos y en las simulaciones infantiles, un ausentarse de lo inmediato que sin
embargo no enturbia la percepción de la realidad, sólo la deja en suspenso
mientras la inteligencia explora imaginativamente otras posibilidades, tantea
identidades ajenas, se deja llevar hacia mundos prometedores o amenazantes que
no existen o que son inaccesibles”.
Pero hay más, mucho más. La
novela nos habla de las andanzas de dos protas., James Earl Ray (asesino de
Martin Luther King) y del propio Muñoz Molina. Son dos grandes escapistas, dos
personas que por motivos bien diferentes están en procesos de huída y, aunque
separados en el tiempo, encuentran en la ciudad de Lisboa un punto coincidente.
Earl Ray pasó en 1968 unos días en Lisboa, después de matar a King, intentado
obtener un visado para Angola. Muñoz Molina, años después, también pasó una
breve estancia en la capital portuguesa en un intento de documentarse,
inspirarse o recrearse para construir su novela El invierno en Lisboa, la novela que cambió su vida.
La
ciudad como una esperanza que adquiere corporeidad física, a la cual se
dirige en su huída el asesino como paso previo hacia la libertad, y también, un
punto geográfico evocador con tal magnetismo literario para el escritor en
ciernes que su visita se hace urgente e ineludible.
La huída, real, física, incontestable, del magnicida que se ve
obligado a ella sin otro horizonte, sin poder parar. Para el escritor la huida
se expresa a través de la absoluta certeza de estar dando un giro a una vida en
la que reconoce cierta impostura. Vidas
en suspenso que tienen en Lisboa un escenario geográfico común.
“Casi no había contacto entre mis mundos segregados. Los habitantes de
cada uno no se mezclaban con los de los otros, y en muchos caso hasta desconocían
mutuamente su existencia. Yo mismo me podía instalar tan completamente en
cualquiera de mis vidas que las otras se me desdibujaban sin dificultad, o se
quedaban en suspenso, me parecía a mí, en espera de que yo regresara a ellas,
como una casa que se mantiene intacta durante la ausencia del dueño”
A Muñoz Molina le ha salido una
novela en la que ficciona la realidad de manera más que evidente. Pero ¿no ha sido siempre así? El grado de
realidad de una ficción literaria puede cambiarlo todo pero se crea y recrea
desde la experiencia real ¿o no? Desde allí se crean mundos, personajes y situaciones
nuevas cuando el autor se despega, retuerce y transforma experiencias propias o
ajenas. Bien es cierto que aquí tanto los personajes como los hechos son reales
y el relato podía haber acabado en crónica o ensayo. Pero el buen hacer de Muñoz
Molina lo convierte en literatura. Un juego mágico de palabras e ideas. Una
demostración de cómo la realidad puede convertirse en literatura en las manos
adecuadas.
Denominación de origen Muñoz
Molina. He estado recogiendo miguitas literarias que marcan el camino
del escritor, pasitos que te llevan a conocerle.
Para empezar ¡qué facilidad tiene
este hombre para pasar del relato a la
reflexión¡ Es como si la sucesión lógica de la narración llevara de forma
natural a lo que hay más allá de los
hechos narrados. Espirales reflexivas que lejos de interpretar el relato son
como la sal y pimienta de un buen guiso, dotan a los sucesos con que se adornan
de otra dimensión.
Luego le siguen las comparaciones sabrosas, unos como…
realizando equivalencias tan personales que en ellos cabe todo un universo.
Continúa con un puro discurrir
narrativo, los protagonistas hablan sin
diálogos incrementándose el nivel de detalle con el que el autor quiera
presentarnos a sus personajes.
Para acabar con la construcción de ambientes con las
descripciones de los detalles “Qué raro
era estar viéndolo por primera vez de verdad, con tanto detalle. Detrás de él
la corriente aire removía la cortina de la habitación del motel, la hinchaba
como una vela de barco. En la distancia los labios se movían en silencio. Tenía
un cigarrillo sin encender. En la mano negra resaltaba más el oro del anillo y
el del reloj de pulsera, el blanco impoluto de los puños de la camisa, unos
puños de verdad distinguidos que no se gastarían nunca, cuidados en las
lavanderías de los mejores hoteles.
En relación con el asesino, Muño
Molina rescata los últimos días de Martin Luther King. Estas últimas páginas
mantienen un juego de paralelismos entre
frases recogidas de pasajes bíblicos y los pensamientos de King que se
convierten en un juego literarito muy bonito. “Levántate y toma tu lecho y anda. Los negros se habían levantad en
Montgomeery tan milagrosamente como el tullido del Evangelio, después de más de
tres siglos de inmovilidad y sometimiento, y se habían puesto a caminar con esa
energía a la vez liviana y solemne con que caminan los hombres y mujeres por
las carreteras de África, ellas gráciles como estaturas con sus tocados de
colores y su cargas en equilibrio sobre la cabeza.”
Pedí prestado El invierno en Lisboa a una buena amiga
de apetitos literarios selectos y ha
sido una gran sorpresa. Como si se tratara de una fórmula química en la que se
mezcla armoniosamente, en variables cantidades, ficción y realidad, hasta
confundirse para finalmente diluirse. Una vez terminada la lectura de la última
me voy a la segunda y empiezo a conocer al autor y al personaje, tengo un
montón de claves para ello. En las peripecias de Biralbo, prota de El invierno en Lisboa, se adivina la
experiencia de Muñoz Molina. Y en los afanes y anhelos del personaje se entrevé
al autor que vive a través de sus personajes. Y qué decir de Lisboa, esa ciudad
que es recorrida por el asesino de King, por el Muñoz Molina autor y por el
personaje de Biralbo. Trío que recorre en la realidad y en la ficción una
Lisboa absolutamente literaria.