EL GÉNERO INVISIBLE
Que no. Que esto mío
no es ni una pataleta ni berrinche,
es más bien un desahogo. No soy capaz de pontificar pero me asfixio ante
algunas cosas y una necesita, por prescripción facultativa, poner palabras al
desatino por ver si se hace más llevadero. A este estado he llegado después de
ver Gett: El divorcio de Viviane Amsalem. Los hermanos Elkabetz, Ronit y
Shlomi, nos cuentan la historia de un divorcio en el Israel de hoy día donde el
divorcio civil no existe todavía. Viviane desea conseguir el divorcio y debe
hacerlo ante un Tribunal Rabínico. Éste se hará posible únicamente si su marido
se lo concede. ¿Elisha, el marido,
quiere? Pues no, se niega y el proceso se alarga en el tiempo dando lugar a situaciones
injustas, absurdas y carentes del sentido común deseable.
Justicia y religión no hacen buena pareja, también aquí es
deseable el divorcio, deben estar a una
prudente distancia la una de la otra para que no se hagan daño. Con demasiada
frecuencia saltan chispas cuando hay un cruce. A la primera se le pide que invoque valores universales, comúnmente aceptados,
mientras que la segunda apela a la fe, al mundo de las creencias. Con esos
presupuestos básicos el entendimiento es a menudo difícil. Si a esto añadimos
un ingrediente como es el machismo,
presente en la inmensa mayoría de las sociedades, llegaremos a
situaciones irracionales. Y qué empecinamiento. ¿Pero hay alguien que pueda
creer en un dios misericordioso y justo, sea el que sea, que ponga a la mitad
de su creación debajo de la suela de la otra mitad? No sería ésta la decisión
de un ser bondadoso y divino, seguro.
Bueno, ahí lo dejo porque por este camino voy a acabar por decir
tonterías mayores. ¡Menuda suerte la de
nacer y vivir en este cachito de mundo con valores occidentales!
El divorcio de Viviane, los Elkabetz
nos lo han contando arriesgando para acertar. Con gran sencillez, que no
simplicidad, eligen un espacio casi único, la sala del tribunal, y un puñado
reducido de personajes para narrar la historia. Es más una puesta en escena
teatral que cinematográfica, y de esta forma, nuestra atención está puesta en qué tienen que decir los personajes, y en el cómo. Nada nos distrae de la tragicomedia que se desarrolla ante nuestros
ojos. El desnudo espacio vacío, la sala del tribunal,
contribuye a ello y a la par que se deteriora con el paso del tiempo, de igual
forma, se desgantan los personajes. Lejos de decaer el interés, te involucras en
la situación sin salida de la cual eres testigo. Una encerrona dogmática y
legislativa en la que te asfixias con los personajes. Todo contribuye a ello,
el espacio permanente, las posiciones inalterables, los argumentos inflexibles.
Los testigos (naturales, chispeantes, tramposos, imprevisibles) que intervienen
apoyando una u otra causa abren puertas y ventanas en el proceso equilibrando
el tono y aportando más datos de los que cuentan.
Me gusta que no sea una historia de buenos y malos. Aunque
empatices más o menos con uno de los cónyuges, entiendes los deseos,
convicciones, miedos, valores, que llevan a cada uno a posicionarse. Por encima de ellos, el sistema que genera situaciones absurdamente
injustas.
Dos momentazos, dos intervenciones de Viviane, dos desfogues
verbales ante la incomprensión de la que está siendo objeto. Dramáticos por su
contenido y maravillosamente interpretados por Ronit Elkabetz.
La frase. Una interjección pronunciada por uno de los jueces
ante una intervención de ella: ¡No te pases de la raya, mujer! En ese genérico
categórico está condensado todo un mundo de valores. Y ella sólo quiere que la escuchen, no ser
invisible.