MUY
PERO QUE MUY COMPLICADO
Aún sabiendo que
la premisa es falsa, la realidad se empecina en demostrarnos la existencia de
zonas que parecen malditas, lugares que
soportan una inalterable condena, un abocamiento al conflicto
permanente, secular, a la guerra fratricida. En nuestra civilizada y cultísima
Europa, tenemos una de estas zonas de confluencia de ira atemporal, los
Balcanes. El conflicto en Kosovo formó parte de las guerras que entre 1991 y
1999 desintegraron Yugoslavia.
“Los analistas extranjeros, esforzándose por
explicar unas masacres y una contienda civil de una magnitud inédita desde 1945
habitualmente han propuesto dos explicaciones contradictorias. La primera ( )
presenta los Balcanes como un caso insoluble, un hervidero de misteriosas
pendencias y odios ancestrales. Yugoslavia estaba condenada. Se componía, según
una conocida ocurrencia, de seis repúblicas, cinco naciones, cuatro lenguas,
tres religiones y dos alfabetos, todos ellos sujetos por un solo partido. ( )
Siguiendo una interpretación contraria ( ) la tragedia balcánica era en gran
medida culpa de extranjeros. Gracias a la intervención exterior y las
ambiciones imperiales, durante los últimos dos siglos el territorio de la
antigua Yugoslavia había sido ocupado, dividido y explotado en beneficio de
otros: Turquía, el Reino Unido, Francia, Rusia, Austria, Italia y Alemania. ( )
Sin embargo, la desmembración de Yugoslavia ( ) fue obra del ser humano, no del
destino. Y la abrumadora responsabilidad de la tragedia yugoslava no residía ni
en Bonn ni en ninguna otra capital extranjera, sino en los políticos de
Belgrado”
Tony
Judt, Postguerra.
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