Libro
MEVLUT: COMÚN, CORRIENTE Y ÚNICO
Una historia a la que volver sin prisa, con glotonería y mimo. Nada de acción trepidante y adjetivos caídos al azar. No, esto es un novelón en toda regla. Un serial en el acabas cogiendo cariño a los personajes por haberles acompañado en tantas vicisitudes a lo largo de los años. Te alegras cuando les ríe la fortuna y te entristeces con los reveses que les regala la vida. Pamuk nos cuenta la historia de de Mevlut Karatas, vendedor callejero en Estambul, que llega a la ciudad con doce años desde su Anatolia y, también, de la ciudad de Estambul, de su crecimiento y transformación desde el último cuarto del siglo XX hasta 2012.
Un hurra por la
historia de los sin historia. Estoy atravesando una etapa de
revolucionaria de boquilla que me hace mirarlo todo con ojos criticones. Y
desde ese ángulo tan cómodo, me aburro al comprobar que cantidad de historias
están protagonizadas por gentes con posibles que se complican la vida de forma
inverosímil. Por ello, la historia de los sin historia que tienen tanto que
decir, como así lo demuestra Orhan Pamuk, no solo me gusta y entretiene sino
que me parece necesaria. Historias menudas, pegadas a la realidad, cosidas con
primor, dejando que los personajes se expliquen sin prisa. Una genealogía
completa de una familia. Vidas completas. Personajes que entran y salen.
Trayectorias que se entrecruzan, ramifican, divergen o confluyen.
Y si las cosas
se han bien, como es el caso, el telón de fondo, el escenario en el que
desenvuelve la trama adquiere personalidad propia: la ciudad de Estambul. Los personajes no serían igual en otra
ciudad.
Estambul. Estuve
una vez allí, hace ya tiempo. La recorrí con una mirada juvenil y una lista de
imperdibles en mi mano que había confeccionado a la vez que la maleta. Ha
pasado el tiempo y qué guardo en la memoria, debidamente modificado
seguramente, mercados que embotaban los sentidos, un regateo insoportable, una
estación de autobuses fantástica que mantenía las normas de conducta de un
avispero, un puente simbólico que une occidente con oriente, un palacio
(Tokapi) de las mil y una noches. En definitiva, una ciudad diferente y en la
que también puedes reconocerte. Me encantaría volver. La ciudad me hablaría de
otra manera. Tanto ella como yo ya no somos las mismas de nuestro primer
encuentro.
El cómo. Pamuk comienza la historia con la voz de
un narrador en tercera persona, distanciándose, y como un cuentacuentos
oriental de la plaza Yemá (Marrakes), despliega sus encantos. Entonces, como
por sorpresa, comienza a dar voz a los personajes en primera persona y son ellos los que recogen el testigo del hilo
de la historia. Aparecen así los monólogos breves y suculentos que introducen
un punto de vista muy cualificado. Y no satisfecho con esto, en ocasiones los
personajes se dirigen al lector invitándole a participar en la narración.
“Samiha. Ni Duttepe es el “pleno
centro” de Estambul ni yo le he prometido nada a Süleyman, como ya sabéis.
Como no podía
ser de otra forma, también hay temazos. La tradición turca. No en
vano el prota, es un vendedor de yogur y boza, un oficio tradicional que está
en extinción, como muchas de las tradiciones turcas que se enfrentan al paso
del tiempo y a la influencia de occidente, “En
el viejo Estambul, en la época otomana, la boza solía venderse en locales
cerrados y solo durante el invierno, porque con el calor se agriaba y se
estropeaba rápido. Muchos de los comercios de boza de Estambul cerraron en
1923, cuando se fundó la República, por el empuje de las cervecerías alemanas.
Pero en las calles nunca faltaron vendedores de esta bebida tradicional, como
Mevlut”; la evolución de la ciudad más rápido que lo hacen las personas que
la habitan. Una ciudad que crece y cambia fagotizando a sus habitantes; las
mujeres con un papel destacado en la historia y con ellas vemos la tensión
social a la que están sometidas en una sociedad en vías de modernización pero
que no acaba de enterrar la tradición; el orgullo u honor masculino.
Y también hay Filosofía
popular de esa que intuimos todos, a la que pocos hacemos caso y menos
aún hacemos propia.
Habla Rayiha,
mujer de Mevlut, “Por las mañanas, en el
Mercado del Pescado con Fatma y Fevziye, plantada en medio de aquel hedor
mientras observo a Hamdi, el pollero, desplumar un pollo, trocearlo y quemarle
la piel, me acuerdo de cuando Mevlut me decía “hueles a rosas, hueles a gloria,
como tu propio nombre”, y al momento me sentía mejor. Y cuando el siroco
propaga por toda la ciudad ese olor a algas y a cloaca, el cielo se vuelve del
color del huevo podrido, y siento como un peso en mi alma, cojo la carta en que
Mevlut decía que mis ojos eran “oscuros como la noche insondable y límpidos
como el manantial” Dicho por un
villano“No hay un hombre igual a otro.
Unos se hacen ricos, otros se han sabios; algunos merecen el infierno y otros el paraíso”