ROAD MOVIE A TEMPO LENTO
¡Pero cuánto se puede decir
aparentemente con tan poco! Hay mucha tela que cortar. La historia se centra en
un anciano, Woody Grant, que muestra síntomas de demencia. Woody cree que ha
ganado un premio y emprende un viaje con uno de sus hijos para ir a
cobrarlo. Ni más ni menos, hasta aquí la
anécdota. Pero la peli nos lleva a indagar en la tercera edad y sus circunstancias: el
matrimonio veterano y muy usado; el amor fraternal, difícil y vital; las
cuentas pendientes del pasado; las amistades apolilladas, la desasosegante
familia extensa… Un buen ramillete de cuestiones que surgen desde que el hombre
se decidió a vivir en estrecha relación con sus semejantes. Esa cuestión tan
difícil y fabulosa que son las relaciones humanas. Inherentes al hombre, van
cambiando y transformándose, adquiriendo nuevas posibilidades y generando insospechadas
problemáticas. Y, he aquí, que la longevidad de la que disfrutamos los países
occidentales, nos obliga a adaptarnos a nuevas
circunstancias. Aquí vemos algunas de ellas.
Y ¿cómo cuenta Alexander Payne su
historia? Lo hace a utilizando un tono
realista, honesto, sin dobleces. Todo huele a verdad. Con un
lenguaje poético duro, con grandes dosis de drama y humor, como la vida misma.
La elección del blanco y
negro. Despoja a la acción de lo accesorio, centra en lo esencial,
eleva la imagen a la categoría, universaliza. No es una opción meramente
estética. Todo un acierto.
Los personajes son de carne y hueso,
con toda la gama de grises. Nada de blancos y negros. Es agradable comprobar
que personajes con vidas mediocres, corrientes, tienen tanto que decir (a veces
me aburro de que sólo les pasen cosas a los héroes y/o villanos de la 5 avenida de
Nueva York…)
Además de los personajes, es el mundo rural americano, ese que casi nunca vemos en las películas, el que adquiere la categoría de un protagonista. Duro y real, bien. Por fin alguien nos cuenta lo que hay más allá de Nueva York, Los Angeles o Chicago.
El trotecillo suave del ritmo narrativo,
muy adecuado. Acorde con la acción y los personajes. No solo son los diálogos
los que narran. También lo hacen los
silencios, los gestos de los personajes, los interiores que habitan, los
lugares, los paisajes... Todo cuenta
algo.
Para fijarse detenidamente, dos escenas.
En una de ellas padre e hijo buscan la dentadura postiza que el primero ha
perdido en las vías de un tren. La otra, un grupo de representantes de la
jubilosa tercera edad ven la tele en el salón de uno de ellos. Gestos y
diálogos, pura expresividad. Las dos escenas tienen en común ese balanceo
magistral entre lo trágico y lo cómico que habla de la esencia de la vida, y
que sólo los buenos saben hacerlo.
Con lo que me quedo, fuera de
toda duda, es con una norma básica para la buena vida: la necesidad de mantener
las ilusiones y los proyectos. A cualquier edad, por muy nímio que sea el
objetivo, por escasos que sean los medios, aunque al resto de los mortales les
parezca una soberana memez, el inventarse retos y caminar hacia metas, siempre
conseguirá que nos queramos levantar de la cama cada día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario