EN PRIMERA PERSONA
“Las palomas arrullaban, los pájaros tejedores piaban y los alcuadones cantaban; el sol proyectó un
cuadrado dorado en el suelo y de la sombra llegó esa conocida obertura matinal
africana: el susurro de una escoba de ramitas barriendo el camino suave y
rítmicamente, ¡sss!, ¡sss!, como el rumor de las olas del mar en la playa,
interrumpido con pausas, con el arrastrar de los pies y la melodía de voces
esperanzadas que se llaman unas a otras entre risas, porque la noche había
terminado y empezaba a salir el sol”
Ya está. He cerrado los ojos y ya
estoy en África. Es un regalo de las
Musas, o de algún ser superior, de origen clásico, casi seguro, el ser capaz de
vivir la realidad cotidiana en clave absolutamente sensitiva, y luego poder recrearla
con esta sencillez y eficacia. Elspeth Huxley tiene ese don, sin duda, y yo,
que soy facilona cuando se trata de viajes literarios, ya me veo sintiendo al
modo y manera de la Huxley.
¿Literatura de viajes? o bien
¿memorias?, quizás novela, puede que poesía. Además de pensar en voz alta, una
muy mala costumbre, no me decido sobre como designar el texto con el que he
disfrutado últimamente. La editorial que publica la obra, Ediciones del Viento, (la cual me encanta, aunque agradecería la
inclusión de un mapa del lugar viajado en cada una de los periplos) tiene un gran peso específico en la
publicación de literatura de viajes. Los textos publicados por ellos sobre las
peripecias de viajeros o de gente que sin pretenderlo, vive una experiencia
única en lejanos lugares, nunca dejan indiferente. Sí, literatura
de viajes.
No obstante, y como subtítulo, la
autora, Elspeth Huxley, añade Memorias de
una infancia africana. También, memorias.
Elspeth Huxley relata en este libro sus años de infancia en Thika (Kenia) a
principios del siglo XX. Narra su vida
en una granja junto a sus padres y en compañía de masais y kikuyus, habitantes de esta zona de
África. Es la visión de una niña en un mundo tan duro como lleno de
posibilidades para los colonos europeos en África. Es la mirada clara, limpia
la que relata unos recuerdos que el tiempo no ha desvanecido en lo esencial, al
contrario, los ha decantado para conseguir un resultado fabuloso. Los ojos de
Espeth ven, observan, temen, se admiran, disfrutan y no juzgan. Un ejercicio que
deberíamos practicar más. Los niños tienen esa ventaja sobre los adultos, no
juzgan hasta que no les enseñamos a hacerlo.
Además, se lee como una novela.
No se trata de una sucesión de momentos pasados inconexos, saltos temporales
más o menos próximos, sino que te deslizas por la historia con facilidad. Para
ello te ayuda un puñado de personajes bien diseñados, nudos narrativos, tensión
en los acontecimientos relatados… Cierto, novela.
¿Y poesía? Después de leer el texto que he entresacado como comienzo,
¿se puede decir que no hay poesía? Pero hay más, muchos más. “Las sombras del atardecer ya habían apagado
el fondo del valle, pero la roca conservaba el calor del día y la calidez de la
vida como si fuera la carne viva de la tierra.”
Hay dos aspectos que borda la
Huxley: el contacto con la Naturaleza y el contraste entre mundos paralelos que
se rozan pero no mezclan.
La Naturaleza es un leit motiv, en sí. Todo lo que rodea a la autora
es natural, grandioso, admirable y temible, y su mirada es todo un descubrimiento. Dos
personajes hablan sobre la conveniencia de plantar un jardín en la granja
“- Lamentará marcharse, ahora que tiene su propio jardín.
- Pero si todo el país es un jardín; un jardín que Dios ha plantado.
Mire todo lo que nos ha procurado: arroyos de los que beber, árboles con
sombra, frutas del bosque y miel, pájaros y animales para hacernos compañía.
¿Cómo puede ninguna de sus criaturas mejorar lo presente? ¿No es una pérdida de
tiempo plantar un parterre cuando la lluvia alimenta una docena de clases
diferentes de flores silvestres? No hay nada mejor que pasear por tierras
vírgenes y regresar con las manos llenas de brillantes joyas del veld y del
bosque: tímidas enredaderas, adelfas rosadas, humildes nomeaolvides”
El contraste entre mundos
paralelos, convivencia sin roce. ¿Se
pueden llegar a entender dos mundos tan distantes y diferentes? Culturas indígenas y culturas europeas
(ingleses, holandeses); economías de autoabastecimiento frente a plantaciones;
paisajes salvajes en colisión con el empeño civilizador (casa, enseres…)
Colaboración, aprovechamiento….“Los
kikuyu, por regla general, no se interesaban mucho en su entorno. Aunque tenían
nombres para todos los arbustos, árboles y pájaros, recorrían el territorio sin
que parecieran poseerlo, o tal vez debería decir sin dejar huella en él. A nosotros
eso nos sorprendía: no habían aspirado a recrear, alterar o dominar el
territorio ni a tenerlo bajo control.”
Otro más “En realidad era como vivir en un mundo que coexistía con otro, los dos
juntos pero no revueltos. A veces, cuando Tilly hacía una tarta, me dejaba usar
la batidora, que tenía una manivela roja. Los dos brazos del utensilio giraban
de manera independiente y nunca llegaban a tocarse, por lo que tal vez un brazo
nunca supiera que el otro estaba allí; pese a ello seguían juntos, accionados
por la misma manivela, y los dos mezclaban los ingredientes de la tarta al
unísono. No lo pensé en aquel momento, pero después se me ocurrió que así era
cómo nuestros dos mundos daban vueltas a la par.”
Un comprimido final que condensa naturaleza, cultura,
comprensión, sensibilidad.
“…no sabría calificar este olor, ni compararlo con ningún otro, aunque
fuera el olor a viaje de aquello tiempos, el olor a África: seco, agrio, pero
también suave e intenso, con un matiz de cuerpo nativo embadurnado en grasa y
ocre rojo que despide ese aroma fuerte, algo rancio, repugnante para algunos
europeos cuando lo perciben por primera vez y que yo, por mi parte, llegué a
encontrar agradable. Así olían los kikuyu, eminentemente vegetarianos. En
cambio, el olor de las tribus oriundas del lago Victoria Nyanza, antropófagas y
a veces hasta caníbales, era bastante
distinto: mucho más fuerte y almizcleño, casi acre y, para mí, mucho menos
grato. Sin duda, nosotros les olíamos igual de fuerte y raro a los africanos,
pero estábamos en clara minoría, y más dispersos.”