Mi familia
es breve y casi totalmente urbanita. Y digo casi puesto que aquellos
abuelos de nacimiento aldeano dejaron pronto el pueblo y no hubo
nunca referencia rural a la que acudir como lugar de raíz honda y
marcada. No había casa rural de referencia ni parientes a los que
visitar, así que todas mis relaciones geográficas siempre han
estado contenidas en la capital de provincias que habito. Quizá por
ello, por esa falta de referente campero y montaraz, que a buen
seguro tenían la casi totalidad de los coetáneos de mi padre, o tal
vez por que el monte encajaba perfectamente con su carácter, él
suplió su falta de referente campesino empleando todo su tiempo
libre en diseccionar, patear y empaparse de su región, que fue para
él su espacio vital permanente. Con mi padre, de forma concienzuda
por su parte y un tanto distraída por la mía, fui tomando contacto
con mi región, centrándome y disfrutando de algunos lugares y
resistiendo a otros que por algún raro capricho llegaban de manera
especial a su carácter y ni arañaban la patína de mi interés
infantojuvenil.
Curiosamente,
o tal vez no, quizá sea la fatalidad que acaba por atraer a los
elementos lejanos pero de alguna manera relacionados, coincidentes,
emprendí la lectura de La España vacía de Sergio del
Molino. Pensé que el aroma de la literatura de viajes entreverada
con el ensayo podía ser una lectura con un gancho especial para mi
forma anárquica de elegir lecturas y temas. Además, el espacio
físico que Sergio del Molino propone es el de la España interior,
esa Meseta y aledaños que todo ciudadano ibérico con carnet de
conducir ha pisado en algún momento. Y avanzando entre las hojas del
itinerario personalísimo de Sergio me he dado cuenta que sin tener
una experiencia de primera mano si que poseo un recuerdo familiar en
el que me reconozco además de poder añadir un
ingrediente
afectivo importante.
A una
distancia muy asequible para las excursiones domingueras, se
encuentra un pantano que tragó con voracidad imparable a un buen
puñado de pueblos que se asentaron en las orilla del río que les
dio su razón de ser y se convirtió en causa de muerte. Bajo las
aguas del pantano quedaron sumergidos algunos mientras que otros, al
borde del pantano, se convirtieron en pueblos fantasmas al
desaparecer las tierras que le daban su razón de ser. Junto con mi
familia, estuve disfrutando de baños festivos durante muchos años
de mi infancia y primera juventud, en las orillas de ese mar
interior que dio la vida aguas abajo mientras que fue una losa mortal
para la zona en la que se creó. A él se asomaba uno de esos
pueblecitos fantasmas. Intacto y muerto. Como salido de una leyenda,
mi padre me invitaba a jugar a imaginar quién habría vivido en
aquel lugar; por qué nadie echaba de menos su antigua casa y se
decidía a volver a la casa que un día fue; cómo es posible que un
espacio físico se cargue de tanto recuerdo, fatigas y esperanzas
para volver a hundirse en la nada. Yo me quedaba con la parte de
ensoñación, con esa imaginación creativa que no duele porque no es
vivida si no pensada, recreada y por ello gratificante. La lectura de
La España vacía ha rescatado para mí un pueblo vacío que
tangencialmente forma parte de mis recuerdos familiares.
Pero esta
vuelta atrás personal no es mas que una derivada que había casi
perdido y que gracias al libro he rescatado y contextualizado en un
marco que forma parte del pasado inmediato de mi país. Y esquinando
esa lectura personal, me interrogo sobre la cantidad inmensa de
lectores que tendrán una historia en carne viva que contar al
acercarse al libro !Cuántas historias personales habrá logrado
rescatar y recrear Sergio del Molino con este libro! La suya
personal, la que desgrana a lo largo del libro es de primerísima
mano. Su relación es íntima al conocer poblaciones despobladas, al
haberlas recorrido y al haber leído y haberse documentado sobre los
que otros antes de él pensaron y anduvieron en estos lugares. Las
miradas son múltiples. Sergio nos habla de lo que supuso y supone el
gran despoblamiento del centro peninsular rural en beneficio de las
grandes ciudades. Dedica una gran parte a toda la mitología que se
ha ido formando sobre esta tierras despobladas, sobre la mirada de
periodistas y escritores a su paisaje (Unamuno, Machado, Azorín,
Becquer, Julio Llamazares), sobre la ideología, los valores de una
tierra orgullosamente rural, para también ocuparse de cómo la
música, la literatura o el cine van ocupándose de rescatar del
olvido el inmediato pasado de un grandísima parte de nuestra
población. Una libro muy, pero que muy lleno.
Una de las
últimas frase que dice Sergio del Molino es como una sentencia
terrible pero en la que no se recrea, simplemente constata lo
evidente "La España de la que proceden millones de españoles
ya no existe". No soy emigrante pero si algún día decido
mudar creó que tendré donde volver. Mi pasado tiene una geografía
reconocible donde ha enraido y pero además me considero más
ciudadana del mundo que de un lugar concreto . No obstante, soy capaz
de imaginar el pellizco que se tiene que sentirse al saber que no
habrá un paisaje que ayude a la memoria visual a reencontrarse, ni
un olor endémico que ayude a reconocerse y a anclarse con las pies
en su suelo. Puede que sea mejor avanzar siempre en línea recta sin
posibilidad de itinerarios concéntricos, o puede que para seguir
recto haya que cerrar algunos círculos. Vaya usted a saber.