Japón. Otra
vez Japón. No se nada de ese país, y sin embargo no hago más que
tropezarme con lo japonés. Contactos ladeados, tangenciales,
subjetivos, siempre tamizados por visiones prestadas de escritores,
cineastas, pintores... siempre parciales, y cuanto más heterogéneas
son los acercamientos más interesantes se me antojan. ¡Vaya, qué
no conozco a ningún japonés que venga y me lo cuente y tampoco he
pasado una temporada de iniciación y aprendizaje en el país nipón!
Con todo y con eso, poco me importa sobre la parte proporcional de
veracidad de mis juicios y me lanzo a elucubrar, atrapada por
fantásticamente extraordinario que se me antoja todo lo que huele a
Extremo Oriente.
Lo último
que he devorado no es ninguna novedad y si pervive lo hace en razón
de su calidad. Fijo. He estado unos días paseando de la mano de
Pierre Loti por el Japón de fines del siglo XIX, concretamente por
las afueras de Nagasaki. Un mundo inexistente, una reliquia, un
tesoro perdido definitivamente. En algunos momentos he sentido
nostalgia por una realidad pasada que no he vivido y eso tengo que
agradecérselo Loti. El escritor francés me ha contado su
experiencia durante el verano de 1885 en Nagasaki. Mientras esperaba
que se reparara su goleta Triunfante, contrajo matrimonio
temporal con una musmé, Madama Crisantemo o Kihú-San, una esposa
temporal tan de moda entre los viajeros occidentales de la época.
El tema de
las jovencitas esposas alquiladas me deja pelín perpleja. Ya sabemos
que el representante femenino siempre ha estado bajo la bota del
masculino, pero no esperaba esa situación vestida con tanta
delicadeza y buen gusto y aceptada con tanta normalidad. Loti lo
relata como una costumbre de buen tono, aceptada en la sociedad
japonesa de la época y ejercida por los occidentales que recalaban
en aquellas latitudes con la naturalidad que da el ejercicio de un
costumbre que, a lo que parece, nadie se planteaba. Se perfectamente
que esto de juzgar cosas pasadas con ojos del presente no es un
método de análisis con resultados certeros, pero ¡joroba! tiene un
tufo a venta de personas del cual no puedo desprenderme.
"-
Señor Kanguro: ¿quién es aquella personita, de azul oscuro, que
está allí?
- ¿Allí,
señor? Es una persona llamada señorita Crisantemo. Ha venido con
las otras que están allí; ha venido para ver... ¿Le gusta a
usted? -añade bruscamente, olfateando otra solución para su
fracasado negocio.
Entonces,
olvidando toda delicadeza, todo su ceremonial, toda su japonería, la
toma de la mano y la obliga a levantarse, a ponerse de cara a la luz
moribunda, a dejarse ver.
Y ella,
que ha seguido nuestras miradas, que comienza a adivinar de qué se
trata, baja la cabeza, confusa, con una mueca más acentuada, más
gentil, también, y trata de retroceder medio arisca, medio
sonriente. ( )
- ¡Ya
está convenido, señor! ¡Sus padres os la dejan por veinte yens al
mes¡, al mismo precio que la señorita Jazmin..."
Y Pierre Loti comienza su experiencia japonesa.
"Crisantemo cuida las flores en nuestros vasos de bronce, se
viste con cierta afectación, lleva medias de pulgar
separado, y toca todo el día una especie de guitarra de largo mástil
de la que arranca tristes sonidos..."
Aunque si lo pienso un par de segundos, mi malestar sube de grado al
observar, según el autor, la actitud de la representación
occidental masculina, tan ilustrada como falta de empatía y
consideración, ante una costumbre que me provaca un rechazo
claro.
El otro aspecto que incluso a los occidentales más refinados provoca
admiración es todo lo relacionado con la cortesía, el protocolo, el
acercamiento al otro. Dudo que haya otra cultura que comience de tan
buenas maneras el ceremonial de la vida pública, en todas sus
facetas, que mime con tanto esmero la esfera privada y persona y no
deje transparentar estados de ánimo socialmente mal admitidos. ¡Qué
capacidad para lo colectivo, para llevar con elegancia el engorroso
roce diario! En las antípodas, y no solo geográficas, nos
encontramos los mediterráneos con esa forma de convivencia, nosotros
que con nuestro ser chillón y bullanguero nos hacemos dignos
representantes de lo visceral e intenso.
"Las
familias, encendidos ya sus faroles multicolores, pendientes del
extremo de unos palitos ligeros, se disponen a retirarse a fuerza de
cumplidos, de reverencias, de cortesías, de encorvamientos. Cuando
se trata de tomar la escalera luchan por quién no ha de pasar
primero; y en un momento dado, todo el mundo se encuentra
inmovilizado, a cuatro patas, murmurando a media voz cosas muy
pulidas."
No me molestan las descripciones paisajísticas con las que algunos
autores pretenden embriagar al personal intentando transportarlo,
aunque a veces consiguen que mi mente se vaya de excursión
mientras acaba el párrafo, pero aquí, con Loti, he encontrado un
tesoro.
"Al
extremo de aquella bahía larga y extraña debía de estar Nagasaki,
invisible aún. Todo era admirablemente verde. La recia brisa del
mar, bruscamente encalmada, había dado paso a una serenidad
profunda; el aire, tornado caliginoso, se henchía de perfumes de
flores. Y en aquella cañada, oíase un sorprendente concierto de
cigarras que se contestaban una a otras. Todas las montañas
resonaban con sus estridores innumerables; todo el país era una
incesante vibracción de cristal. Al pasar, rozábamos agrupaciones
de grandes juncos, que se deslizaban suavemente, empujados por brias
imperceptibles."
Aquí va otro latigazo sensual
"Toda
esa naturaleza exuberante y fresca, tenía en sí misma un exotismo
japonés. Esto provenía de un no sé qué de extraño que tenían
las cumbres de las montañas y, si así puede decirse, de la
inverosimilitud de ciertas cosas, demasiado bonitas. Agrupábanse los
árboles formando ramilletes con la misma gentileza preciosa que en
las bandejas de laca. Grandes rocas surgían erguidas, en posturas
exageradas, al lado de mamelones de formas suaves cubiertos de
verdes céspedes: elementos dispares de paisaje se habrían juntado
como en los parajes de artificio."
Es otra
forma de narrar. Ni del tirón, ni con una historia en la que la
preocupación fundamental es la acción, las peripecias de los
protagonistas. El resultado es un cruce entre diario, memorias y las
postales o impresiones. El texto de Pierre Loti se para en cualquier
suceso tribial, en objetos sin importancia, en aspectos secundarios
para contar su impresión del mundo nuevo y exótico que le rodea.
Con la selección que hace, con aquello que decide contar no solo nos
presenta su Japón, sino también la propia personalidad de Loti.
"Mis Memorias... que no se componen más que de pormenores
absurdos; de minuciosas anotaciones de colores, de formas, de olores,
de ruidos..."
El libro
abre con una dedicatoria del texto a la Duquesa de Richelieu y Loti
considera oportuno aclarar el tema principal de su escrito "Por
más que el papel principal sea, aparentemente, el de madama de
Crisantemo, lo más cierto es que los principales
personajes somos Yo, el Japón y Efecto que este
país me ha producido" Y
eso es lo que hace Loti. Abre los sentidos a todo tipo de estimulos
que recibe durante su estancia en Nagasaki. Los degusta. Los disfruta
o rechaza. Los valora y aprecia. No obstante se reconoce incapaz para
profundizar en el alma japonesa y poder adentrarse en sus más
hondos significados, en
todos y cada uno de los pormenores de la vida japonesa que ha
disfrutado. En un momento de la despedida dice: "Pero
un alma que, más que nunca, parece ser de una especie diferente de
la mía; siento mis pensamientos tan distantes de los suyos, como
de las inquietas concepciones de un pájaro o de los ensueños de un
mono. Siento entre ellas y yo (las jóvenes japonesas) el abismo
misterioso, espantable..." Y
aquí, a Loti le agradezco su sinceridad, su humildad al reconocer
que hay algo en ese pueblo que se le ha sido vedado.