CONVERSANDO CON UN AMIGO VIAJERO
¡Qué fácil ha sido seguir a
Oteyza en su viaje! Como si estuviera de cháchara con un amigo, en una relajada, cercana y chispeante
conversación. Con las exclamaciones del
lenguaje hablado, las preguntas dichas en voz alta esperando que el otro las conteste, interpelando en todo momento al
lector para incluirlo en el relato, de
esa manera tan directa, y más típica del
lenguaje oral que del escrito, redactó Luis Oteyza su libro.
Oteyza relata su viaje entre
España y Japón realizado en 1925. El periplo transcurre a bordo de un
trasatlántico español que le lleva a Filipinas, para luego viajar hasta Japón en barcos americanos. Un viaje que el autor realiza en un intento
de alejarse de la dictadura de Primo de Rivera.
Desde las primeras páginas habla del motivo que le lleva
a realizar este viaje, y entre sus primeras palabras, ya está presente el tono
que hace de este libro una lectura muy agradable, su humor y fina ironía. “El panorama que, de algún tiempo a esta parte, estamos disfrutando los
españoles me aburre, me aburre profundamente, me aburre hasta la desesperación.
¿Que hay a quien le resulta ameno e incluso reconfortante? Posiblemente. De
gustos no se ha escrito nada, sino la sentencia de que algunos son tales que
merecen palos. Pero en la imposibilidad material de aplicar sentencia tan justa
a aquellos de mis compatriotas que tienen un gusto divergente al gusto mío, les
dejo tranquilos, y me tranquilizo a la par, marchándome.”
¡Qué placer poder enfocar con
humor e ironía algunos de los mayores problemas de la vida¡ Es una energía
transformadora. Y no exagero, o ¿no se
cambia la realidad, sin ni siquiera rozarla, al mirarla a través de las lentes
del humor? Oye, lo mismo lo mismo, pero totalmente diferente. Ha cambiado
nuestra forma de enfrentarnos a la tozuda realidad.
Hay que ser un maestro para
reírse de lo trágico, y también de lo
cotidiano, de lo que no tiene vocación
de chiste, y evitar de esa forma, acabar aplastado por la persistencia de lo
corriente y moliente, de lo nada gracioso. Salir a flote y darle la vuelta,
sacarle partido. Trabajo reservado a los mejores. No busco la carcajada, pero
si encuentro la sonrisa casi casi
permanente. Un ejemplo. Hablando de la
extrañeza que experimenta en un barco, rodeado de agua. “El hombre es un animal eminentemente terrícola, cuyo elemento no es el
agua. Esta observación tan profunda no me pertenece. Lo advierto, por si acaso.
Es propiedad del amigo Sánchez Rojas, antihidráulico convencido, como no se le
oculta a nadie que le ha visto siquiera una vez y aunque fuera de lejos. Pero
yo la tomo –con las naturales, precauciones- para servírosla- después de
desinfectada- porque voy comprobando su completa y definitiva exactitud.
Pero de la mano de esa visión humorística, también va
una mirada crítica, mezclada con una tristeza que no puede esconder. Sin darnos cuenta se ríe de una cosa sin
importancia, para tirar de ella y convertirla en una crítica. Suelen ser
pasajes en los que habla de nuestro país o de la situación política de los
países por los que recala. Desde la
antesala del humor Oteyza pasa a la crítica de su patria. Es una crítica hecha
con la mirada triste, una queja por lo que fue y no es, heredero de esa
tristeza del 98. Dolor y orgullo cuando
habla del Filipinas o del Mediterráneo, o sentimiento de admiración y
frustración ante USA al llegar a Filipinas o hablar de los barcos en los que
viajó.
Un ejemplo con el Mediterráneo “El “mare nostrum” ya no volverá a ser
“nostrum”. No seremos otra vez sus felices poseedores ni como españoles –de eso
no hablemos- ni como latinos siquiera. Pues lo de que la Italia de hoy va a
recuperar el poderío naval de la antigua Roma es... Iba a decir que es una
tontería, pero no lo digo. Porque calificar de tontería los planes de
Mussolini, sí que sería “descubrir el Mediterráneo”
Me gustan las incursiones
históricas que realiza de lugares como Manila, Shanghai o Hong-Kong. Un poco de
historia local te sitúa como viajero, aunque solo sea como viajero de butaca. Y claro, viajando por donde lo hizo Oteyza, y
en la época que lo navegó, es imposible no hablar de los ingleses. Imperiales,
orgullosos y ridículos a partes iguales. Oteyza no desperdicia ocasión, “Sabido es que el Paraíso Terrenal se perdió
por el pecado que cometieron en colaboración Adán y Eva. Y sépase que, como todo
lo que se pierde en el mundo, se lo han encontrado los ingleses.” Otra, a
la llegada a Colombo, Ceilán “He de
consignar ante todo que nos recibe la cortesía británica. El práctico ha
escalado la borda y ha subido al puente tan estirado como su señora madre, la
rubia Albión. Se le ha ofrecido un cock-tail que él rehúsa con un movimiento de
cabeza y un además señalando el reloj. Por lo visto, a las seis y cuarto de la
mañana es muy temprano para tomar la entonante mezcla.
- Yo soy más inglés que usted –le advierte sonriendo amablemente
nuestro capitán-, pues a pesar de la hora ya me he bebido dos cock-tailes.
Y el hijo de la Gran Bretaña responde:
- Usted no es nada inglés, pues a pesar de hora no se ha afeitado.”
¿De verdad decían ese tipo de
cosas?
Hay una forma de mirar a su
alrededor que él llama “Estampas” que creo que son maravillosas. Son fogonazos,
instantáneas de la realidad que le rodean, fotografías con palabras. Expresan
una curiosidad ante el detalle que cuenta más que lo que cuenta más que lo que
dice. “Pequeños cuadritos en que lo reducido del
tamaño se supla con la viveza de los colores. Unas estampas, ¿no? Miradlas como
lo que son, miradlas como las estampas se miran: de una ojeada y poniéndolas
boca abajo inmediatamente.”
Una forma de meditar brevemente
sobre aspectos dispares que salen al encuentro.
Si tengo que ponerle un pero,
diría que me queda un poco cojo un relato sobre viajes que no incluye a los
lugareños. O directamente o indirectamente me gusta saber lo que piensa la
gente de esos países por los que el autor viaja. El contacto no puede ser
profundo, pero gracias al buen hacer del escritor, éste acaba por incluir
comentarios o encuentros que expresan y cuentan mucho de la gente de habita
esos lugares. Quizás, en esta ocasión, no hubo suficiente trato o no era el
estilo de la época, la forma de entender
un relato de viajes. No lo sé.
Nunca me han atraído los cruceros
como forma de viajar. Cómodos, seguro. Confortables, claro. Facilones, también.
No obstante, creo que tienen demasiadas escalas y poco tiempo a disfrutar en
ellas. ¿Qué haría un único día en Roma? ¿Por dónde empezar? ¿El Coliseo o el
arte sacro? ¿Avenidas con tiendas de lujo, de ver pero no tocar, o terrazas en
plazas adoquinadas en las que saborear un capuchino? Y quien dice Roma mira
cualquier orilla del Mediterráneo, el Mar del Norte, o el de la China. No
podría elegir. Aunque he empezado a pensar que esa es la forma moderna de
crucero practicamos en el siglo XXI. Leyendo a Oteyza tengo la impresión que se
ha perdido una forma de viajar, sin prisas (únicamente con las que imponían las
circunstancias) o incluso teniendo como único interés, los descubrimientos del
paisanaje del propio barco. Otra experiencia a degustar.