EL TRABAJO DEL FLORISTA
¡Pero qué listos son algunos
aprovechando de la vida todo aquello que ésta les pone delante! Siempre practicando el ¿por qué no? Algo así es la historia que nos
cuenta Turturro. Personajes normales con vidas normales, pero con la suficiente
sabiduría, o locura, o ambas a la vez, como para aceptar todos los quiebros del
destino y sacar lo mejor de cada oportunidad, para tomarse con humor y
esperanza los reveses y ser capaces de compartir cariño y amistad en grandes
dosis, los mejores bálsamos contra la soledad.
Dos amigos, ya maduritos, aprovechan
una oferta, a primera vista un poco loca, de convertirse en gigoló y proxeneta respectivamente,
y llevarse un buen pellizco por tal aventura. Todo ello surge sin buscarlo y en
medio de una comunidad judía de Nueva York, en la que, por descontado, no es
una actividad que disfrute de gran aceptación. En este escenario se mueven John
Turturro (como director, guionista y protagonista), Woody Allen, Vanesa
Paradis, Sharon Stone y Sofía Vergara, en una comedia que se ve muy bien.
Tierna y picarona a un tiempo, con mucho cariño, sin empalago. Se
transmite en la relación de amistad entre Turturro y Allen, al igual que en los
contactos de Turturro con las mujeres (por dinero, pero con mimo). Es algo que
aparece también en su forma de presentar una Nueva York, habitable,
cosmopolita, acogedora de comunidades dispares, sin mezclarse seguramente, pero
haciendo posible la convivencia codo a codo.
Respeto y comprensión por todo. Por las formas y costumbres de las
comunidades que aparecen; por los tipos de mujeres que intervienen; por el
enfoque vital de los personajes de Turturro y Allen. Diferenciar sin juzgar.
Y el hilo que lo cose todo: el humor. Riámonos de lo que pensamos
más sagrado, seamos políticamente incorrectos, nosotros mismos en el objetivo,
y también, todo lo demás. ¡Qué sano
ejercicio y nos reímos poco! Si los comentarios jocosos, averías y ocurrencias,
atropellos mentales y desvaríos son de Turturro, también los podría haber
firmado Allen. Le añaden a la realidad ese punto de absurdo que a menudo nos
empeñamos en no querer ver.
Todo ello, a través de planos que
se encandilan con los personajes y con las calles, con relajo, con
tranquilidad, dejando un momento para admirar. Pero también hay lugar a
primeros planos, de detalle. Aquellos en los que el prota. realiza su trabajo
de florista, el legal. Dedicación y detalle, la delicadeza que requieren las
flores.
Como si fuera un buen perfume que
se resiste a desaparecer y que evoca la melodía ya terminada, la música está elegida con mucho gusto y
mayor acierto. En estado de gracia a la hora de seleccionar y coser las
canciones a las escenas. Una mezcla muy sugerente de jazz sensual y aires
mediterráneos cálidos.
Siempre hay escenas para
recordar. Raro es el caso en el que una película, aunque se regulona, que no es el caso, no deje alguna escena-joyita.
Minutos de una peli. que se quedan en la memoria, dispuestos a salir en
cualquier momento, aunque el resto de la cinta esté bien olvidada. De las
aventuras del gigoló me quedo, sobre todo, con dos. La primera, Allen delante
de un tribunal de jueces judíos valorando delitos morales cometidos. Cuando las
cosas amenazan con irse de las manos, el personaje de Vanesa Paradis entra a
declarar. Entonces se produce un gran giro, del absurdo, la parodia, la risa,
al nudo en la garganta. La segunda se produce cuando Allen intenta dirigir un
partido de béisbol entre dos equipos de niños. Políticamente incorrecto y
genial. Humor, me viene bien todo el que me puedan ofrecer.