Hace algunos años, Andrés Calamaro cantaba a la libertad en una canción del mismo nombre en la que decía que la conocen muy bien los que la han perdido. No le faltaba razón al decir que no somos conscientes de todo lo que implica vivir en libertad hasta que desaparece de nuestras vidas. Pensar, elegir, decidir, actuar, haciendo uso de la propia libertad. Con todo el derecho a acertar o a equivocarse en todos y cada uno de los aspectos de la experiencia vital de cada cual. Y es en los regímenes democráticos donde la libertad tiene su expresión más desarrollada. De esta manera, al introducirte, aunque solo sea por la vía del conocimiento literario o histórico teórico, en estados en los que la libertad no existe ni en el pensamiento de cada cual, obras como ésta, se convierten en un homenaje a la democracia precisamente por su ausencia. La gran ausente omnipresente. Esa rara avis tan imperfecta y valiosa a la que no hay que dejar de vigilar y mimar. Por su carencia, sufres con su protagonista. Te asfixias en su mundo opresivo. Las ideas toman la forma del molde para el que fueron diseñadas. Los límites son estrechos y nunca se está seguro de cuál es el modo de actuar correcto y, por ello, algunos de los personajes se estrellan. Es imposible acertar cuando las normas son el sometimiento y el miedo. Son raros los momentos en los que el protagonista Jun Do experimenta algo parecido al sentimiento de libertad: “El mar era espontáneo de una forma que no había visto nunca: tu cuerpo no sabía hacia dónde iba a tener que inclinarse al cabo de un momento pero, al mismo tiempo, te terminabas acostumbrando a ello. El viento en los aparejos parecía comunicarse con las olas que levantaban a hombros el casco y por la noche, tendido encima de la timonera, Jun Do tenía la sensación de encontrarse en un lugar donde uno podía cerrar los ojos y respirar”
La historia de Jun Do es la de un
huérfano que toda su vida la pasa sirviendo a su gobierno. Como soldado, como
secuestrador, y como agente de la inteligencia militar. Obedece sin dudar todas
las consignas de estado opresivo, absurdo y brutal e intenta buscar el amor del
cual ha sido privado desde su niñez. Con este hilo argumental Adam Johnson
escribió su obra con la que consiguió del premio Pulitzer 2013. Alienación. Despersonalización. No hay
individuos. Únicamente es válido el
sistema. El sistema y/o el Líder, el querido Líder, que son la misma cosa. Estos
se hacen corpóreos en la ciudad, en Pyonyan,
un personaje más. Todo emana de allí. En
este lugar se toman las decisiones y se concretan las órdenes. Y, a su vez, es
una entidad a la que no existe la posibilidad de concretar y responsabilizar. Es
un ente fuera del alcance, un estado de las cosas, incapaz de cambio y con derecho a ser lo que es. La
administración, la sociedad, grandes centros de actividad y poder, totalmente
autistas a sus efectos.
Hay acciones, objetos, momentos,
que más allá de lo que cuentan en su propio desarrollo o presencia, se
convierten en símbolos, son algo más que
lo evidente. Hay tres buenos ejemplos. La historia comienza con un altavoz
que aparece en numerosas ocasiones de la narración y se convierte en el gran hermano sonoro. Un altavoz
omnipresente guía la vida de los ciudadanos. Informa de lo que hay que saber y
de como hay que saberlo. Se cuela en las casas y las conciencias. Lo invade
todo.
Otro, un pasaje breve e
inquietante. La pesca del tiburón a bordo de un pesquero en aguas
coreanas. No de tiburón sino de aleta de tiburón. Se pesca al animal. Se cortan
las aletas, y todavía vivo, se arroja al mar. La muerte es segura al no poder
nadar faltándole las aletas. Y un tercer episodio, que se mueve entre la
tragedia y la comedia, produce una sonrisa indigesta. Un barco pesquero en el
que por una temporada estuvo el prota., “pesca” accidentalmente un cargamento a la deriva de zapatillas
deportivas de marcas americanas. Felicidad colectiva e imposibilidad de
mantener esa alegría llevándolas a tierra. Los problemas que iban a suponer la
posesión de esas zapatillas son tales que la tripulación prefiere devolverlas
al mar. Así, el barco se aleja tirando las zapatillas por la borda,
deshaciéndose de su tesoro, de un regalo inesperado. Puro surrealismo.
¿Y en ese intento de controlar
los actos y los pensamientos de las personas, también se llega hasta los
sentimientos? ¿Hasta el amor? ¿Se puede
obligar o disuadir a alguien sobre a quién tiene que amar o no? El protagonista
de El huérfano se enamora. Está por
encima de su voluntad y con ello realiza un acto de rebeldía, un canto a esa libertad
de la que nunca ha disfrutado.
Como contrapunto, el régimen
tiene una idea realmente curiosa sobre cómo tiene que ser el amor. Un pasaje
espléndido: “Dentro reinaba un ambiente
cálido y húmedo, y había una niebla baja. Los esposos paseaban entre las
hileras y las plantas parecieron darse cuenta: sus flores se volvían al paso de
los amantes, como si quisieran embeberse del honor y la modestia de Sun Moon.
La pareja se detuvo en lo más profundo del invernadero, para disfrutar
reclinados del esplendoroso liderazgo de Corea del Norte. Un ejército de
colibríes, expertos polinizadores del Estado, flotaban sobre sus cabezas, y el
zumbido de sus poderosos aleteos penetró en el alma de nuestros amantes,
deslumbrándolos con los destellos iridiscentes de sus cuellos, mientras sus
largas lenguas se agitaban de puro deleite. Alrededor de Sun Moon se abrían las
flores, los pétalos se apartaban para revelar antenas de polen ocultas. El
comandante Ga sudaba y en su honor diremos que los estambres desprendieron su fragancia
en nubes de dulces esporas, que cubrieron los cuerpos de nuestros amantes con
la pegajosa semilla del socialismo. Sun Moon le ofreció su Juche y él le
entregó la esencia de programática Songun que albergaba en su interior. Su
intercambio, largo y profundo, culminó en una exclamación mutua de conciencia
de Partido. De pronto, todas las plantas del invernadero se estremecieron y se
despojaron de sus flores, que formaron un manto sobre el que se tendió Sun
Moon, mientras una nube de mariposas se posaba delicadamente sobre su inocente
piel. ¡Finalmente, ciudadanos, Sun Moon había compartido sus convicciones con
su marido!
Con un estilo directo, parco,
eficaz, con escaso uso de adjetivos, Adam Johnson nos cuenta su historia Adam Johnson. Poderoso e
inquietante al describir en con sencillez y normalidad circunstancias y hechos
que no lo son de ninguna manera. Una realidad brutal e irreal.