7/2/16

Historia 38. Madama Crisantemo. PIERRE LOTI

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              VIVENCIAS 
             EN EL 
EXTREMO ORIENTE
Japón. Otra vez Japón. No se nada de ese país, y sin embargo no hago más que tropezarme con lo japonés. Contactos ladeados, tangenciales, subjetivos, siempre tamizados por visiones prestadas de escritores, cineastas, pintores... siempre parciales, y cuanto más heterogéneas son los acercamientos más interesantes se me antojan. ¡Vaya, qué no conozco a ningún japonés que venga y me lo cuente y tampoco he pasado una temporada de iniciación y aprendizaje en el país nipón! Con todo y con eso, poco me importa sobre la parte proporcional de veracidad de mis juicios y me lanzo a elucubrar, atrapada por fantásticamente extraordinario que se me antoja todo lo que huele a Extremo Oriente.

Lo último que he devorado no es ninguna novedad y si pervive lo hace en razón de su calidad. Fijo. He estado unos días paseando de la mano de Pierre Loti por el Japón de fines del siglo XIX, concretamente por las afueras de Nagasaki. Un mundo inexistente, una reliquia, un tesoro perdido definitivamente. En algunos momentos he sentido nostalgia por una realidad pasada que no he vivido y eso tengo que agradecérselo Loti. El escritor francés me ha contado su experiencia durante el verano de 1885 en Nagasaki. Mientras esperaba que se reparara su goleta Triunfante, contrajo matrimonio temporal con una musmé, Madama Crisantemo o Kihú-San, una esposa temporal tan de moda entre los viajeros occidentales de la época.

El tema de las jovencitas esposas alquiladas me deja pelín perpleja. Ya sabemos que el representante femenino siempre ha estado bajo la bota del masculino, pero no esperaba esa situación vestida con tanta delicadeza y buen gusto y aceptada con tanta normalidad. Loti lo relata como una costumbre de buen tono, aceptada en la sociedad japonesa de la época y ejercida por los occidentales que recalaban en aquellas latitudes con la naturalidad que da el ejercicio de un costumbre que, a lo que parece, nadie se planteaba. Se perfectamente que esto de juzgar cosas pasadas con ojos del presente no es un método de análisis con resultados certeros, pero ¡joroba! tiene un tufo a venta de personas del cual no puedo desprenderme.

"- Señor Kanguro: ¿quién es aquella personita, de azul oscuro, que está allí?
- ¿Allí, señor? Es una persona llamada señorita Crisantemo. Ha venido con las otras que están allí; ha venido para ver... ¿Le gusta a usted? -añade bruscamente, olfateando otra solución para su fracasado negocio.
Entonces, olvidando toda delicadeza, todo su ceremonial, toda su japonería, la toma de la mano y la obliga a levantarse, a ponerse de cara a la luz moribunda, a dejarse ver.
Y ella, que ha seguido nuestras miradas, que comienza a adivinar de qué se trata, baja la cabeza, confusa, con una mueca más acentuada, más gentil, también, y trata de retroceder medio arisca, medio sonriente. ( )
- ¡Ya está convenido, señor! ¡Sus padres os la dejan por veinte yens al mes¡, al mismo precio que la señorita Jazmin..."

Y Pierre Loti comienza su experiencia japonesa.
"Crisantemo cuida las flores en nuestros vasos de bronce, se viste con cierta afectación, lleva medias de pulgar separado, y toca todo el día una especie de guitarra de largo mástil de la que arranca tristes sonidos..."

Aunque si lo pienso un par de segundos, mi malestar sube de grado al observar, según el autor, la actitud de la representación occidental masculina, tan ilustrada como falta de empatía y consideración, ante una costumbre que me provaca un rechazo claro.

El otro aspecto que incluso a los occidentales más refinados provoca admiración es todo lo relacionado con la cortesía, el protocolo, el acercamiento al otro. Dudo que haya otra cultura que comience de tan buenas maneras el ceremonial de la vida pública, en todas sus facetas, que mime con tanto esmero la esfera privada y persona y no deje transparentar estados de ánimo socialmente mal admitidos. ¡Qué capacidad para lo colectivo, para llevar con elegancia el engorroso roce diario! En las antípodas, y no solo geográficas, nos encontramos los mediterráneos con esa forma de convivencia, nosotros que con nuestro ser chillón y bullanguero nos hacemos dignos representantes de lo visceral e intenso.

"Las familias, encendidos ya sus faroles multicolores, pendientes del extremo de unos palitos ligeros, se disponen a retirarse a fuerza de cumplidos, de reverencias, de cortesías, de encorvamientos. Cuando se trata de tomar la escalera luchan por quién no ha de pasar primero; y en un momento dado, todo el mundo se encuentra inmovilizado, a cuatro patas, murmurando a media voz cosas muy pulidas."

No me molestan las descripciones paisajísticas con las que algunos autores pretenden embriagar al personal intentando transportarlo, aunque a veces consiguen que mi mente se vaya de excursión mientras acaba el párrafo, pero aquí, con Loti, he encontrado un tesoro.

"Al extremo de aquella bahía larga y extraña debía de estar Nagasaki, invisible aún. Todo era admirablemente verde. La recia brisa del mar, bruscamente encalmada, había dado paso a una serenidad profunda; el aire, tornado caliginoso, se henchía de perfumes de flores. Y en aquella cañada, oíase un sorprendente concierto de cigarras que se contestaban una a otras. Todas las montañas resonaban con sus estridores innumerables; todo el país era una incesante vibracción de cristal. Al pasar, rozábamos agrupaciones de grandes juncos, que se deslizaban suavemente, empujados por brias imperceptibles."

Aquí va otro latigazo sensual

"Toda esa naturaleza exuberante y fresca, tenía en sí misma un exotismo japonés. Esto provenía de un no sé qué de extraño que tenían las cumbres de las montañas y, si así puede decirse, de la inverosimilitud de ciertas cosas, demasiado bonitas. Agrupábanse los árboles formando ramilletes con la misma gentileza preciosa que en las bandejas de laca. Grandes rocas surgían erguidas, en posturas exageradas, al lado de mamelones de formas suaves cubiertos de verdes céspedes: elementos dispares de paisaje se habrían juntado como en los parajes de artificio."


Es otra forma de narrar. Ni del tirón, ni con una historia en la que la preocupación fundamental es la acción, las peripecias de los protagonistas. El resultado es un cruce entre diario, memorias y las postales o impresiones. El texto de Pierre Loti se para en cualquier suceso tribial, en objetos sin importancia, en aspectos secundarios para contar su impresión del mundo nuevo y exótico que le rodea. Con la selección que hace, con aquello que decide contar no solo nos presenta su Japón, sino también la propia personalidad de Loti. "Mis Memorias... que no se componen más que de pormenores absurdos; de minuciosas anotaciones de colores, de formas, de olores, de ruidos..."


El libro abre con una dedicatoria del texto a la Duquesa de Richelieu y Loti considera oportuno aclarar el tema principal de su escrito "Por más que el papel principal sea, aparentemente, el de madama de Crisantemo, lo más cierto es que los principales personajes somos Yo, el Japón y Efecto que este país me ha producido" Y eso es lo que hace Loti. Abre los sentidos a todo tipo de estimulos que recibe durante su estancia en Nagasaki. Los degusta. Los disfruta o rechaza. Los valora y aprecia. No obstante se reconoce incapaz para profundizar en el alma japonesa y poder adentrarse en sus más hondos significados, en todos y cada uno de los pormenores de la vida japonesa que ha disfrutado. En un momento de la despedida dice: "Pero un alma que, más que nunca, parece ser de una especie diferente de la mía; siento mis pensamientos tan distantes de los suyos, como de las inquietas concepciones de un pájaro o de los ensueños de un mono. Siento entre ellas y yo (las jóvenes japonesas) el abismo misterioso, espantable..." Y aquí, a Loti le agradezco su sinceridad, su humildad al reconocer que hay algo en ese pueblo que se le ha sido vedado.








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