30/7/15

Historia 32. Hombres buenos, ARTURO PÉREZ REVERTE

Libro
SEÑAS DE IDENTIDAD

Juega usted con ventaja Sr. Reverte, la historia es muy buena. Aventuras, historia y libros. Ni que decir tiene que hay que saber ver una buena historia donde está y luego recrearla y contarla,  pero  ahí, señor mío, su talento está firme y en perfecto estado de revista.

Paseando por la biblioteca de la Real Academia Española, su mirada queda atrapada en los 28  volúmenes que forman la Encyclopédie francesa de D´Alambert y Diderot, y al  saber que llegó allí en fechas en las que estaba prohibida en España, todas las luces rojas se encienden ¿Desde cuándo está aquí? ¿Quién la trajo? ¿En qué año del S. XVIII si fue época de prohibiciones para semejantes menesteres? ¿Qué riesgo asumieron los dos académicos encargados de viajar a Paris para traerla? Atrapado sin remisión, como los demás. Y es que cuando  usted vagabundea por la historia moderna española, y habiendo libros de por medio, el listón siempre está muy alto.

En una única entrega nos ha regalado dos historias, la que ha querido contar y otra, el “making off” de la misma. Esta segunda, en la que nos enseña los andamiajes, las entretelas de la historia, ha sido una grata sorpresa. Nos habla de su flechazo con la historia; sus entrevistas con colegas académicos, historiadores y libreros en busca de fuentes y datos; esas excusas que se prepara, con una libreta en la mano, guías y mapas actuales o de la época, y se va Ud. a patear escenarios, a recoger vibraciones (me apunto) Todo el trabajo apasionante de la investigación y cómo lo que se encuentra uno seduce o modifica el argumento previo obligando a torcer y acomodar la historia.

Qué bien se las ingenia Sr. Arturo para recrear la época, aquí siempre brilla con luz propia. Las descripciones de los lugares, de las costumbres, de los ropajes, todo destila un trabajo de documentación riguroso al que  le da vida  su buen hacer. El habla de la época suena tan natural que apostaría a que llevaría Ud.   una conversación  “a la manera del XVIII” con toda naturalidad  incluso a la hora de hacer las compras en el hiper (algo así como lo que le pasó a un antiguo conocido que después de haberse empapado hasta el tuétano del griego clásico, pidió un desayuno una mañana en una terraza de Atenas, y el camarero, muy socarrón él, llevó la comanda adentro diciendo “un café con leche para Sócrates”) La palabra tiene el sabor al XVIII y contrasta agradablemente cuando es Ud. el que narra el cómo ha construido la historia en el castellano suyo y mío, el de ahora.

Se crea un juego muy bonito entre realidad y ficción en relación a los personajes y buena parte de sus hechos. Los personajes fundamentales son reales pero cuando la documentación histórica deja vacios, o Ud. se aviene a ello, entra en juego la literatura. Imaginar detalles sobre los protas, conductas, pensamientos, encuentros en Paris (en el café con Franklin y D´Alambert), introduciendo personajes contemporáneos con Chordelos de Laclos (escritor de Las Relaciones Peligrosas) o la recreación de los Salones como el de Margarita Dancenis ¡estupendo!
“Era indispensable tener talento, elegancia, conocer anécdotas de la corte, hablar lo mismo de filosofía o física que de las mil cosas menores, ligeras y picantes que componían la conversación cultivada de la época…Ese arte, aliñado con ingenio, era esencial muy característico del espíritu de libertad que se respiraba en aquel tiempo donde se hablaba de democracia en los bailes, de filosofía en los teatros y de literatura en los tocadores… Cuando era más apreciado un elogio de Buffon o Diderot que el favor de un príncipe”
           
Las ideas ilustradas recorren todo el libro. Aparecen en un segundo plano que lo  inunda todo. Hacer un homenaje a los académicos que viajan a Paris, a su amistad y a las ideas que representan, incluso diferentes. Contraste entre las ideas ilustradas que pronto triunfaran en la Revolución Francesa y que defiende el Almirante Zárate, frente a la España atrasada, que comienza a abrir los ojos y oídos, y que de alguna manera habla por boca del bibliotecario Hermógenes. Y por la herida respira usted, Sr. Reverte, siempre dispuesto a enfocar la mira en la cantidad de oportunidades perdidas que hemos tenido los españoles, como pueblo, para subirnos al carro de la modernidad (yo le he oído que una de las primeras oportunidades fue el Concilio de Trento, nos equivocamos de bando) Que sí, que tiene usted mucha razón, pero hay veces que escuchar sus apasionados razonamientos sobre lo que ya no tiene remedio,  me dejan desconsolada. Habrá que mirar un poquitín más hacia delante y digerir el sapo histórico antes de que se nos atragante y nos amargue la digestión de por vida.

¡Ah! Y todo esto con su buen estilo habitual: sus frases finales breves (“Circula de mano en mano –detalle del director- una cajita con polvo de tabaco y escudo de marqués en la tapa. Atchís. Salud. Gracias. Más estornudos y pañuelos.”), los rumbosos insultos  (“…mediocres juntaletras y eruditos de mesa camilla,…”, las descripciones que deleitan y ambientan (“Observa detenidamente don Pedro al joven oficial, fijándose en las botas de buen cuero español, el pañuelo de seda morada sobre el cuello de la camisa, el calzón de ante y ajustador de lo mismo, ceñido al torso bajo la casaca con su docena de botones de plata. Nada que ver, concluye, con los petimetres de estribo de dama, lunar en la cara y pelo empolvado en rizos de ala de pichón que infestan tertulias y lunetas de teatro; ni tampoco con los que practican la artificial majeza de juntarse, en plan desgarro, oiga compadre y redecilla al pelo, con gentuza baja en ventas de gitanos, tabernas de toreros y bailes de candil”),  la precisión, la concisión, la riqueza de vocabulario, la gracia, todo lo bueno a lo que nos tiene habituados (“Conozco la vieja música, señor mío. La de usted y los de su cuerda, carcamales que gastan peluca hasta las cejas, uñas largas y camisa cada quince días. No siga por ese camino”)

Todo buen amante de los libros está infectado de una enfermedad en la que  no se puede separar geografía y literatura. Es un virus que relaciona textos y lugares en los que se hizo literatura o fue el motivo de ésta. Una infección peligrosa en la que pienso caer rapidito. 
“Detuve el coche en una venta, para tomar café mientras escampaba un poco, y permanecí sentado bajo el porche, consultando el mapa y las notas de mi cuaderno mientras consideraba que hay un ejercicio fascinante, a medio camino entre la literatura y la vida: visitar lugares leídos en libros y proyectar en ellos, enriqueciéndolos con esa memoria lectora, las historias reales o imaginadas, los personajes auténticos o de ficción que en otro tiempo los poblaron. Ciudades, hoteles, paisajes, adquieren un carácter singular cuando alguien se acerca a ellos con lecturas previas en la cabeza.”  

La última cita, toda una declaración de intenciones y de amor a los libros y las bibliotecas que los contienen. Los académicos mantienen este diálogo en Paris, en casa de Dancenis:
“-Una biblioteca no es algo por leer, sino un compañía –dijo, tras dar unos pasos más- Un remedio y un consuelo.  (Dancenis)
-En mi opinión, incluso más que eso… Cuando algunos sentimos la tentación de despreciar demasiado a nuestros semejantes, nos basta para reconciliarnos con ellos contemplar una biblioteca como ésta, llena de monumentos elevados por la grandeza del hombre”  (Almirante Zarate)


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